domingo, 6 de abril de 2025

 


Los ocho valientes de Malvinas

Por Lucas Alcalde

El gaucho, pampeano de espíritu, sin importar la latitud que lo haya engendrado, actuará siempre de igual modo frente al curso de un río¹. Donde las huestes de un pueblo marinero harán de cada río un brazo más de su imperio imposible, el gaucho, sin importar cuán breve sea el cauce y cuán sereno el flujo de las aguas, con tanto temor -tal vez odio- a la barca y la navegación como el que le tiene a la urbe², improvisaría sus flotadores y atravesaría el río a los manotazos jadeantes, inconexos, para volver a la tierra y la montura que nunca quiso dejar.

La patria nace en la Pampa, pero se expande en muchas direcciones. Una de ellas, que el argentino no había domado hasta entonces, es el sur y en su constitución –harto más temibles que la Patagonia– se encuentran los archipiélagos del Atlántico. Allá fueron. Gauchos, hombres de esa raza que detesta y esquiva hasta el más ínfimo río, se aventuraron al azote más inclemente de las aguas: la mar y los océanos.

Vernet, gobernador argentino, y una parte del gauchaje llegaron a las islas en el bergantín Fenwick. Imagen ilustrativa de un bergantín argentino.

Partieron con caballadas generosas, lo que fue, seguramente, uno de los pocos si no su único consuelo en la asfixiante cubierta de las naves. Pero el oleaje no es piadoso y se llevó consigo a gran parte de los caballos. Harapientos y extrañados, con un frío imposible, el dolor del continente que dejaron y sin un caballo que los anime, así llegaron a las islas³.

La disposición al duelo y la voluntad de hacerse respetar a sí mismo y a lo suyo ante el extranjero son actitudes encontradas de forma relativamente profusa en la historia del gaucho y no deberían sorprendernos. Aunque estos rasgos de su espíritu explican el actuar que tendrán luego, no reside en ello la mayor nobleza de aquellos que en los albores de la patria embarcaron hacia nuestras Malvinas. Después de sortear el mar temido, a pesar de la reticencia inicial, desembarcaron; aún habiendo llegado con apenas harapos a un frío archipiélago, eternamente nublado y repleto de relieves verdeantes que recuerdan mucho más a las lomas galesas⁴ que a la llanura pampeana; aún habiendo perdido el consuelo de sus caballos de camino a las islas. Elegir el camino del mar –que el gaucho desdeña y sin dudas teme– y una tierra que, aunque es bien argentina, guarda paisajes y un clima tanto más gringo que pampeano: esa es su verdadera valentía. Después de tal arrojo es claro, incluso obvio, que esa peña de valientes en el indómito y extraño sur, llegada la hora, actuará –también con las armas– por nuestra bandera.

El establecimiento argentino, siempre pequeño y trabajoso, no acogió solo criollos. Desde la llegada de la fragata Heroína a la islas, los nuestros convivieron con no pocos gringos en el intento de hacerlas tierra próspera. Esta convivencia del criollo con aquel al que nunca tuvo mucha estima más de una vez generó tensiones que, aunque resultaron en incidentes aislados y menores, ciertamente prueban la voluntad gaucha de topar al forastero: la amenaza de muerte a un gringo que espetó un gaucho luego apresado por el gobernador de las islas, Luis Vernet⁵, o la riña entre el gaucho Pío y Juan el Alemán⁶. Tensiones que no pasaron a mayores ni tenían razón para hacerlo porque, sin importar las diferencias entre el gringo y el gaucho, ambos estaban trabajando para la prosperidad de una colonia sobre la que ondeaba el pabellón argentino.

26 de agosto de 1833 es la fecha de nuestro hecho capital, la sublevación, pero ¿cuál es su prólogo? El capitán inglés Onslow llegó a Puerto Soledad en su corbeta, la Clío, el 2 de enero de 1833⁷. Dos son los antecedentes que mejor explican el éxito de la Clío en su misión: primero, el constante acoso y pillaje, incluso del ganado en tierra, de naves pesqueras que navegaban sin el permiso de las autoridades locales; luego, la despótica intervención del comandante estadounidense Silas Duncan en el pleito entre las pesqueras y las autoridades argentinas. Por los apresados primero y los exiliados voluntarios después, la población oscilante entre ciento cincuenta y trescientas personas se redujo a la pobre cifra de veintidós. A ese lugar, más yermo que colonia, llegó Onslow a dar su orden. José Pinedo, al mando de la goleta argentina Sarandí, preparó la resistencia y comentó repetidas veces su voluntad de resistir el abuso inglés, pero acabó por tragarse el orgullo y se retiró⁸. Pinedo, claro, no era el único argentino en la isla y donde él se fue, trece criollos permanecieron en el dominio del inglés con el orgullo magullado.

En los días de Onslow, la gauchada de Malvinas –esos doce– vivió grandes inclemencias y eran muchos sus reclamos. La historiografía denuncia el trabajo excesivo, la prohibición del viaje a Buenos Aires y el uso de caballos, y el pago por su trabajo con unos bonos que el responsable de almacenes de la isla ya no aceptaba⁹.

Ejemplar previo (emitido en gobierno argentino) de los bonos malvinenses que el almanecero dejó de aceptar luego, durante el gobierno inglés.

No les dolió la miseria y el trabajo en grandes cantidades pues ya las habían sufrido antes de la usurpación inglesa y porque, además, en la Pampa esas cosas se encuentran tan fácilmente como la disposición al entrevero y propio orgullo. Es el resto lo que los encorajinó hasta el hartazgo. A nuestros desamparados los privaron de todo lo que es importante, no para su cuerpo, sino para su espíritu. Los privaron del caballo, que para ellos significaba la vida misma, y les quitaron hasta el derecho a soñar con su vuelta al continente, a la pampa que los engendró y para la que fueron hechos. Y cuánto más –imaginemos– los habrá encorajinado que estos abusos insoportables los perpetuara una gringada menos hábil para el caballo que para nuestra lengua. La rabia y la voluntad de acción, naturalmente, comenzó a florecer bajo la sombra de ese pabellón corsario que llaman la Union Jack.

Seis meses es todo lo que pudieron soportar. Ocho gauchos e indios –tan pampeanos y buenos jinetes como el gaucho mismo, tan iguales en el fondo de su espíritu y tan hijos del mismo continente– fueron a las armas. Aguardaron la ausencia de algunos hombres que podían ser resistencia y cuando la disposición fue favorable, se lanzaron a la caza y extinción de los indeseables. El saldo: cinco muertos registrados y algunos evacuados. Al finalizar las operaciones, nuestros pampeanos tomaron la casa de la comandancia y luego de la retirada inglesa de Puerto Soledad, izaron en las Malvinas nuestra bandera.

Cuanto más le hierve la sangre por una causa, más se acerca el pampeano a un gran hombre que lo conduzca para ofrecerle todo, incluso su vida. Rivero. El gaucho Rivero fue el gran hombre entre los ocho valientes, pero es importante recordar que él funciona como cualquier caudillo: sin importar los ornamentos de grandeza que le otorguen sus seguidores y la historia, ellos son apenas el nombre de la masa que los sigue.

El británico –conocido por ello– fue con presteza y eficiencia a recuperar lo que creía suyo. Cinco meses duró la toma gaucha. El continente, ocupado en una acotada conquista del desierto y la tensión política del intervalo entre el primer y el segundo gobierno de Rosas, apenas si oyó los infortunios y reclamos de su tierra más austral. Sin noticias de Buenos Aires y en tan ínfimo número, se dice que los rebeldes comenzaron a improvisar una barca¹⁰ para volver a la tierra que los vio nacer, así fueron encontrados por los ingleses. El 7 de enero de 1834 los británicos que desembarcaron con dos naves de guerra en Puerto Soledad se lanzan a la misión de extinguir la revolución¹¹. Frente a la carga de soldados que los triplicaban en número, nuestros héroes desamparados huyeron al interior de la isla. En las siguientes tres semanas fueron capturados uno por uno y el último en ser apresado fue el que más recordamos: Rivero.

La última incursión argentina en las islas es la que se lleva toda nuestra atención, pero para que en el siglo XX la Argentina haya intentado la reconquista, antes debió suceder la ocupación. Esta es su breve historia, cargada de resistencia. Incluso en esa patria tan joven, llena de confusiones y riñas intestinas, un puñado de valientes optó por habitar las ingobernables islas a las que mira nuestra Patagonia y cuando el extranjero apareció para reclamarlas como suyas, desplegaron una furia de facones, bolas, sables y mosquetes contra él. La barca que improvisaban cuando los ingleses llegaron a por ellos fue, sin dudas, un desgarrador pedido de ayuda. Fue el grito final de esos hombres ignorados por la metrópolis que defendieron. Sin la esperanza, que fue antes el mayor combustible de estos guerreros, allí se perdieron, en el archipiélago olvidado que solo con el tiempo sería valorado, defendido y tan anhelado por el argentino. La historia de las Malvinas como territorio nacional es casi tan extensa como la historia de la patria misma. Estos hechos iniciales, casi embrionarios, en la isla merecen nuestro recuerdo tanto como la guerra del 82. Los valientes que fueron ignorados en su tiempo hoy deben ser recordados y por eso me di a la escritura de este artículo.


¹ Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, cap. 2, p. 36

² Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, cap. 5, p. 79: Facundo, el arquetipo del gaucho se asocia con otro por su «celebridad en crímenes y odio a las ciudades».

³ Almeida, Juan Lucio, Qué hizo el gaucho Rivero en Malvinas, cap. 4, p. 32: esta es la descripción que se hace del arribo a la islas de un contingente de gauchos. Los gauchos e indios llegaron a las islas en diferentes viajes, cabe pensar que el resto de arribos fueron igual de precarios.

⁴ Muñoz Azpiri, José Luis, Historia completa de las Malvinas (tomo I), Charles Darwin, p. 272: Gales septentrional es la zona del Reino Unido que Darwin trae a colación para explicar al lector el clima malvinense.

⁵ Almeida, Juan Lucio, Qué hizo el gaucho Rivero en Malvinas, cap. 4, p. 39.

⁶ Gutiérrez, Silvina, Así se construyó Malvinas: El Diario de Emilio Vernet en Puerto de la Soledad (1828-1831), p. 184: la misma riña consta en otro diario, el de María Sáez

⁷ Muñoz Azpiri, José Luis, Historia completa de las Malvinas (tomo I), Charles Darwin, p. 193.

⁸ Pinedo, Enrique, Malvinas: su extraño destino, p. 140.

⁹ Pigna, Felipe, «El gaucho Rivero» en El historiador.

¹⁰ https://ninos.kiddle.co/Ocupaci%C3%B3n_brit%C3%A1nica_de_las_islas_Malvinas_(1833)

¹¹ Muñoz Azpiri, José Luis, Historia completa de las Malvinas (tomo I), «Cronología de las Malvinas», p. 193.

https://clubpino.wordpress.com/2025/04/04/los-ocho-valientes-de-malvinas/

sábado, 5 de abril de 2025

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Palabras de Azcueta en el Senado de la Nación.

 Jorge Armando Rinaldi fue parte de la Sección Perros de Guerra durante la Guerra de Malvinas. Como parte de esta sección, Rinaldi estaba asignado a la Base General Belgrano y su función consistía en proporcionar seguridad, principalmente realizando guardias durante todo el día. La labor de los perros y sus guías era crucial para prevenir infiltraciones enemigas y mantener la seguridad en las bases argentinas en las islas Malvinas.

Además, en la Guerra de Malvinas, la Infantería de Marina de la Armada Argentina destacó a 18 perros en la guerra, entre ellos se encontraba el perro de Rinaldi, Nick. Estos perros y sus guías desempeñaron roles importantes en la vigilancia y protección de las bases militares argentinas.
En el partido entre Newell's Old Boys y Kimberley de Mar del Plata se disputó el viernes 4 de abril de 2025 en la cancha de Platense como parte de la Copa Argentina.
En ese partido en silencio se realizó un homenaje, “Mis héroes son ellos”
Copa Argentina, Resultado 0-0, definición por penales. Mateo Rinaldi pateo el quinto penal de Kimberley, marco el gol que no alcanzo para el triunfo de su equipo. Lo importante fue su festejo, su padre, Veterano de Guerra de Malvinas Jorge Armando Rinaldi de la Sección Perros de Guerra, guía de Nick. Jorge es Profe de Educación Física, amante del deporte, en sus charlas recalca el valor del deporte y la Familia. Anoche su hijo emulo la foto de la paginas 64 Y 65 de la Revista SIETE DIAS N° 782 del 9-6 AL 15-6 DE 1982 donde salió su padre mostrando las destrezas del Nick, de esta forma le dedico su gol. La siembra de Jorge sobre deporte y Familia dio sus frutos desde ya hace mucho tiempo en sus hijos. Malvinas tiene estas cosas. En la entrevista dijo “Mis héroes son ellos”.

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2 DE ABRIL
Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas




lunes, 18 de septiembre de 2023


 - Y entonces meten un montón de papeles en una caja y después los cuentan y el que tiene más papeles con su cara es el que manda. 

- Qué plato estos humanos, che. 

jueves, 4 de agosto de 2022

 


Entre presidente y presidente
César Aira
No se puede vivir de noticias. Es cierto, hasta un punto, que las necesitamos, no sólo por una nostalgia de la Historia que parece estar en los genes, sino porque ahora más que nunca las noticias nos afectan en la vida cotidiana; el famoso aleteo de la mariposa en las antípodas produce infaliblemente un huracán en el hogar, porque las computadoras funcionan a fuerza de aleteos de mariposa. Pero tampoco podemos vivir de noticias, y en eso falla la metáfora de la alimentación con que se las justifica. La metáfora como omelette surprise que se saborea, se evalúa,, se digiere, y deja satisfecho o ligeramente asqueado, se ha vuelto anacrónica. El tiempo real es adverso al trabajo de sentido de la metáfora.
La noticia se termina demasiado pronto. Lo notamos con la Gran Noticia del 11 de septiembre pasado. Media hora después se había terminado, y a continuación se desencadenó una redundancia abrumadora que duró semanas, y de hecho dura hasta ahora. La imagen extraordinaria de los aviones estrellándose contra las torres fue demasiado noticia como para permitir un desarrollo narrativo. Sólo quedaba la repetición, acompañada de una cháchara tan vacía que algunos canales de televisión optaron, reveladoramente, por reemplazarla por música de funeral.
Es cierto que una noticia así sucede una vez cada veinte años, o cien. Pero la lógica que la hace noticia exige que suceda todo el tiempo. Si adherimos a esta lógica, y parece no difícil no adherir, terminamos en un estado de impaciencia difícil de controlar. Y como las noticias, por su naturaleza misma, son malas noticias, nos volvemos pesimistas, o peor aún, pesimistas frustrados.
El reciente festival de presidentes que tuvimos los argentinos fue una aleccionadora inversión de las premisas. Primero tuvimos la redundancia, la música fúnebre, durante los cuatro interminables años que duró "la crisis", y después vino la noticia, bajo la forma de la renuncia presidencial y el reemplazo. El carácter inerte de la cháchara explicativa quedó demostrado por el hecho de que aún puesta antes no sólo no sirvió para explicar nada sino que ni siquiera aminoró la sorpresa de la noticia. Y una vez que esta sucedió, el anticlímax fue doble, porque todo lo que debía haberla seguido ya había pasado. Fue como el naufragio del Titanic vivido de atrás para adelante: primero la filmación de la película, la construcción de la leyenda, los relatos de los sobrevivientes, su rescate, el hundimiento de los pasajeros uno a uno, la inundación de las cubiertas... y al final, cuando ya estaban todos aburridos de la vieja historia, el choque con el iceberg.
Pero el choque, al silenciar los discursos, despertó a la Historia: se cerraron los bancos, las muchedumbres salieron a apedrear a la policía, empezamos a vivir precariamente. Los que hablaban del fin de la Historia, ¿no estarían pensando en realidad en los inconvenientes de la Historia? Siempre que se anuncia el fin de algo, se lo hace para anunciar el comienzo de otra cosa que viene a reemplazar a lo anterior. Estos profetas debían de estar postulando una nueva Historia, cómoda y apacible, sin accidentes. En ese caso, los ciudadanos que salen a la calle con palos y piedras manifiestan su indignación porque se los obligue a vivir horas históricas. Y el rugido de furia produce Historia. El punto de inflexión de este círculo es la noticia.
Las noticias suelen sucederles a quienes están dispuestos a sacrificar algo, o mucho, para protagonizarlas y que se hable de ellos. En este sentido el campeón mundial es Cuba, nación que lo ha dado todo, literalmente, a cambio de salir en los diarios y ser tema de discusión durante cuarenta años. Después, a buena distancia, venimos los argentinos, que tenemos tanto en común con los cubanos. (El vínculo se materializó en {Diego Armando} Maradona, que no retrocedió ante la inmolación de su salud con tal de seguir en las primeras planas, y terminó yéndose a vivir a Cuba, supuestamente a recuperar su salud.) Pueblos afectados de megalomanía, todos lo dicen y tienen motivos para decirlo. Nosotros mismos lo reconocemos. Pero en el fondo de ese reconocimiento persiste una certeza secreta: es una megalomanía razonable. La convicción de nuestra superioridad sigue intacta en el fondo, como el Primer Móvil de nuestra interpretación de las noticias.. Lo que nos queda por averiguar entonces es por qué los argentinos somos tan inteligentes, tan dotados, de qué fuente surge nuestra indiscutida ventaja relativa. Nos inclinamos, sinceramente perplejos, sobre este enigma; todas las respuestas se quedan cortas, porque es como la pregunta de la existencia de Dios: los únicos interesados en responderla son los creyentes, y ellos tienen demasiados argumentos. Una de las respuestas, la que dio hace muchos años un peronista que también era un gran escritor, sigue siendo mi favorita porque da cuenta a la vez de nuestro privilegio y de la existencia de Dios: "La Argentina tiene un gran poder de representación".
Sea cierto o no, a eso recurrimos en esta ocasión, y reconvertimos todos nuestros problemas, los grandes y los chicos, en una crisis de represntatividad. Las multitudes salieron a la calle, a ponerse frente a las cámaras de televisión, batiendo ollas, a renegar de sus representantes, de todos sin excepción. Por un momento pareció como si fuéramos hacia los viejos sueños surrrealistas de la anarquía coronada. Una dirigencia política inepta hasta el paroxismo verosimilizaba el clamor popular. No puede sorprender que haya habido cinco presidentes en diez días, más bien sorprende que no haya habido cincuenta. Pero como decía un señor de mi pueblo: para que haya anarquía en paz se necesita un gobierno fuerte. Si no, es la guerra. Y con la guerra todo había sido noticia, las veinticuatro horas del día.
Con cinco gobiernos débiles nos bastó, por el momento. La representación, al fin de cuentas, es una convención, y en el fondo da lo mismo un presidente u otro. Después del relámpago fugaz de la noticia, sólo nos quedó su repetición, cada vez más pálida. Y, como ya dije, no se puede vivir de noticias.
22 de enero de 2022
Este libro recopila artículos aparecidos en El País, de Madrid.

Segun Juan Pablo Correa, algunos llegan a un grado de abyección que los hace muy contemporáneos.

viernes, 3 de junio de 2022

 




Al turco que camina por el río

El agua le repugna, pantanosa,

Soñando con París, con ese frío,

La tarde le recuerda a una babosa.

Una duda le surge en un recodo,

¿Forzar para siempre ese destino?

¿Escapar furioso de ese lodo?

¿Sin sorpresa, negar ese camino?

¿Y qué materia hay para ofrecer?

¿Qué llevar al otro lado, qué vender?

Nada tiene, poco hizo, todo falta.

¿Es posible mercar cultura alta? 

De golpe, una idea pide pista 

“Con mi ingenio, ¡yo me hago novelista!”



martes, 31 de mayo de 2022

 



Ha escrito cien novelas y mil cuentos

Su andar por el barrio es mortecino,

con sólido talento peregrino,

Los premios se acumulan suculentos.


¿Dónde estará, en su arte, el rudimento?

¿Y cuál es clave de su pompa fina?

El escritor se para en una esquina.

Y marca con sus labios el lamento.


Ya lo hice todo, recorrí ese camino

Del esfuerzo, la gloria, el escarmiento.

¿Por qué me suena a poco, a poco y nada?


¿Será toda mi obra una pavada?

Un perro pasa al lado y no lo escucha,

Volviendo con criterio hasta su cucha.


jueves, 25 de noviembre de 2021

Vieja grilla para hacer informes de lectura circa 2005

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