El peronismo también fue un grupo de rock. El general de manager astuto, un Malcom McLaren, un Andrew Loog Oldham. Evita, la cantante trágica, sensible, convencida, muerta antes de tiempo, una evocación autodestructiva del amor. Y los negros del proletariado ahí, funcionando como ese baterista sólido y tenaz que siempre está, como un artesano talentoso que construye en vivo o en estudio el sonido de la masa. Los primeros discos fueron impresionantes. Energía, disciplina, hambre para comerse al mundo. Pero el grupo dudó después de la muerte de Eva, y la vuelta a los escenarios, con una nueva cantante, fue catastrófica. Mucho peor que The Doors con Ian Astbury. Y para colmo después metieron un montón de tecladistas que se pensaban que el midi iba a revolucionar la música contemporánea.