miércoles, 4 de enero de 2017

"Cualquiera que esté familiarizado con el mundo académico sabe que alimenta cultos ideológicos resistentes a la crítica y propensos a dogmatizar. Muchas mujeres piensan que esto es lo que ocurre hoy con el feminismo. En su libro Who Stole Feminism?, la filósofa Christina Hoff Sommers hace una útil distinción entre dos escuelas de pensamiento. El feminismo de la igualdad combate la discriminación sexual y otras formas de injusticia con las mujeres. Forma parte de la tradición liberal y humanista clásica que surgió de la Ilustración, guió la primera ola de feminismo y lanzó la segunda. El feminismo de género sostiene que las mujeres siguen estando esclavizadas por un sistema omnipresente de dominación del macho, el sistema de género, en el que «los bebés bisexuales se transforman en las personalidades de género de macho y hembra, una destinada a mandar y la otra, a obedecer». Se opone a la tradición liberal clásica y, en su lugar, se alía con el marxismo, el posmodernismo, el constructivismo social y la ciencia radical. Se ha convertido en el credo de algunos programas de estudios sobre la mujer, organizaciones feministas y portavoces del movimiento de las mujeres.
El feminismo igualitario es una doctrina moral sobre la igualdad de trato, que no apuesta por ningún tema empírico en discusión de la psicología o la biología. El feminismo de género es una doctrina empírica que se compromete con tres afirmaciones sobre la naturaleza humana. La primera es que las diferencias entre hombres y mujeres no tienen nada que ver con la biología, sino que están completamente construidas socialmente. La segunda es que los seres humanos poseen una única motivación social -el poder- y que la vida social sólo se puede entender desde el punto de vista de cómo se ejerce. La tercera es que las interacciones humanas no surgen de las motivaciones de las personas que se tratan entre sí como individuos, sino de las motivaciones de los grupos que tratan con otros grupos, en este caso el sexo masculino que domina al sexo femenino.
Al abrazar estas doctrinas, las defensoras del feminismo de género encadenan el feminismo a unas vías en las que inevitablemente va a ser arrollado por el tren. Como veremos, la neurociencia, la genética, la psicología y la etnografía documentan unas diferencias de sexo que casi con toda seguridad tienen su origen en la biología humana. Y la psicología evolutiva está documentando una red de motivos distintos a los del dominio de un grupo sobre otro grupo (como el amor, el sexo, la familia y la belleza), que nos involucran en muchos conflictos y confluencias de intereses con los miembros del mismo sexo y del otro. Las feministas de género pretenden o descarrilar el tren o conseguir que las otras mujeres se unan a su martirio, pero las otras mujeres no colaboran. Pese a su notoriedad, las feministas de género no representan a todas las feministas, y mucho menos a todas las mujeres (...)
Lo que repele a muchas feministas no es sólo la colisión del feminismo de género con la ciencia. Igual que otras ideologías endogámicas, ha producido unas extrañas excrecencias, como la rama conocida como feminismo de la diferencia. Carol Gilligan se ha convertido en icono del feminismo de género por su afirmación de que hombres y mujeres se guían por principios diferentes en su razonamiento moral: los hombres piensan en los derechos y la justicia; las mujeres tienen sentimientos de compasión, educación y acuerdo pacífico. Si así fuera, las mujeres quedarían descalificadas para ser abogadas del Estado, jueces del Tribunal Supremo y filósofas morales, que se ganan la vida razonando sobre los derechos y la justicia. Pero no es verdad. Muchos estudios han comprobado la hipótesis de Gilligan y han descubierto que hombres y mujeres difieren muy poco o nada en su razonamiento moral. Así pues, el feminismo de la diferencia ofrece a las mujeres lo peor de ambos mundos: unas afirmaciones odiosas sin respaldo científico. Asimismo, el clásico del feminismo de género llamado Women's Ways of Knowing sostiene que los sexos difieren en sus estilos de razonamiento. Los hombres valoran la excelencia y el dominio de los asuntos intelectuales, y evalúan con escepticismo las argumentaciones en términos de lógica y evidencia; las mujeres son espirituales, relacionales, integradoras y crédulas. Con unas hermanas así, ¿quién necesita machos chauvinistas?
La diferencia entre el feminismo de género y el feminismo de igualdad explica la tan comentada paradoja de que muchas mujeres no se consideran feministas (alrededor del 70% en 1997, y sobre un 60% diez años antes), pero están de acuerdo con todas las grandes posturas feministas. La explicación es sencilla: la palabra «feminista» se asocia a menudo con el feminismo de género, pero las posturas que se incluyen en las encuestas son las del feminismo de igualdad. Frente a estos signos de escaso apoyo, las feministas de género han intentado estipular que sólo a ellas se las puede considerar las auténticas defensoras de los derechos de las mujeres. Por ejemplo, en 1992, Gloria Steinem decía de Paglia: «Que se llame feminista es como si un nazi dijera que no es antisemita». Y han inventado un léxico de epítetos para lo que en otro ámbito se llamaría «desacuerdo»: «reacción violenta», «no comprenderlo», «silenciar a las mujeres», «acoso intelectual)»."


Steven Pinker - La tabla rasa - Páginas 545, 546 y 547.