Se habla mucho sin decir nada. Siempre pasa eso. Hoy más que nunca. Pero hay una pregunta que no escuché y que hoy se vuelve dramática: ¿qué quiere Macri? Descartada la dicotomía boludo-hijo de puta, comprobado que se pueden ser ambas cosas y que el despliegue iridiscente de la ideología abarca inflexiones de una y otra característica, la indiferencia hacia sus propios votantes, hacia el electorado en su totalidad, hacia los problemas cambiarios de nuestra economía, ponen a nuestro presidente en un lugar de difícil auscultamiento. ¿Qué quiere Macri?
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Ganar las elecciones presidenciales fue en su momento un objetivo claro. Costó pero lo logró. Ahora bien, tautológicamente, el destino señala que perder es más complejo que ganar. Y mucho, mucho más, si se pierde siendo gobierno. Dicho esto, intuyo en Cambiemos una división. Alguna vez esa división fue entre halcones y palomas, entre saqueadores y esperanzados reformistas. Hoy esa misma separación tiene una continuidad entre los políticos, esos que se ven a sí mismos como oposición una vez que hayan pasado las elecciones, y los ventajistas, sujetos históricos para los cuales la praxis política fue una aventura financiera o vital, una serie de reuniones entre conocidos, donde el interés propio, que podía ser capitalista o edípico, primaba sobre cualquier otro interés.
Reasignando roles, esta separación, en su forma paradigmática, nos deja un Horacio Rodríguez Larreta al borde de sus posibilidades, visiblemente turbado por la performance de sus compañeros de fórmula, y del otro lado, una runfla de empresarios y cuentapropistas, que una vez terminada la comilona del poder, volverán sin culpas a sus quehaceres del sector privado. Frente a este escenario, ¿qué quiere Macri?
Vamos, por un momento, a otra pregunta: ¿es posible pensar a Cambiemos en la oposición? Desde ya. Varios de sus cuadros más antiguos vivieron del cirujeo partidario por mucho tiempo. Los recorridos de un Lombardi o de un Pinedo, o mismo de una Patricio Bullrich, nos cuentan la historia, larga y tortuosa, de aquellos que son lo que pueden ser en la medida de que la coyuntura se los permite. De ese lado, lo que se espera es que la transición se a los más ordenada posible, sin arrebatos lamentables, ni estados de sitio, ni muertos, ni hiperinflación, ni ninguna de esas cosas feas a la cual los malos gobiernos nos tienen acostumbrados en la Argentina. Para ellos existe la posibilidad de seguir pedaleando, en el gobierno de CABA, o donde el diablo los mande. Más difícil es pensar por fuera de la caja nacional a gente como Quintana o Caputo, empresarios acomodados que bajaron o subieron al poder, la metáfora seguro es vertical, y ahora volverán a ocuparse de sus propias finanzas porque discutir en asambleas, crear consensos, trajinar los espacios de la oposición, no es lo suyo.
Frente a esta disyuntiva, ¿qué quiere Macri? ¿Qué va a elegir? ¿Con qué paisaje mental construye su futuro? Su personalismo es evidente. Nadie lo imagina de diputado, salvado la ropa de una fantasmal minoría, o como senador vitalicio, al estilo del transgredido Carlos Menem. ¿Y entonces?
Patricio Erb me lo dijo hace poco: Macri tiene que hablar grabado; si no va grabado, si sale en vivo, Macri dice lo que piensa. Y lo que piensa es muy poco político. Máquina generadora de memes y chistes, el presidente se sigue manejando antes como oposición proselitista que como gobierno, y antes como el hijo del dueño de la empresa que como cualquier otra cosa. A la pregunta “¿qué quiere Macri?” hay que responderle con la política interna de su coalición. Dos meses y medio puede ser mucho tiempo, para bien o para mal. Si Macri elige el camino del abandono, de la plancha, de la irresponsabilidad, estará optando por dejar la política, una actividad en la que entró de grande, y en la que no se ve de viejo. Muchos de sus hombres de confianza intentarán seguir trapicheando con mayor o menor éxito, y se harán grandes en la adversidad, como el solitario Mago Sin Dientes, único macrista digno que bancó los trapos hasta el final, cuando ya la categórica derrota se había consumado. Mientras tanto los argentinos ya debemos lidiar con las restos de un fracaso económico inocultable. Por desgracia y ventura, no es la primera vez que nos pasa.