Los ocho valientes de Malvinas
Por Lucas Alcalde
El gaucho, pampeano de espíritu, sin importar la latitud que lo haya engendrado, actuará siempre de igual modo frente al curso de un río¹. Donde las huestes de un pueblo marinero harán de cada río un brazo más de su imperio imposible, el gaucho, sin importar cuán breve sea el cauce y cuán sereno el flujo de las aguas, con tanto temor -tal vez odio- a la barca y la navegación como el que le tiene a la urbe², improvisaría sus flotadores y atravesaría el río a los manotazos jadeantes, inconexos, para volver a la tierra y la montura que nunca quiso dejar.
La patria nace en la Pampa, pero se expande en muchas direcciones. Una de ellas, que el argentino no había domado hasta entonces, es el sur y en su constitución –harto más temibles que la Patagonia– se encuentran los archipiélagos del Atlántico. Allá fueron. Gauchos, hombres de esa raza que detesta y esquiva hasta el más ínfimo río, se aventuraron al azote más inclemente de las aguas: la mar y los océanos.
Vernet, gobernador argentino, y una parte del gauchaje llegaron a las islas en el bergantín Fenwick. Imagen ilustrativa de un bergantín argentino.
Partieron con caballadas generosas, lo que fue, seguramente, uno de los pocos si no su único consuelo en la asfixiante cubierta de las naves. Pero el oleaje no es piadoso y se llevó consigo a gran parte de los caballos. Harapientos y extrañados, con un frío imposible, el dolor del continente que dejaron y sin un caballo que los anime, así llegaron a las islas³.
La disposición al duelo y la voluntad de hacerse respetar a sí mismo y a lo suyo ante el extranjero son actitudes encontradas de forma relativamente profusa en la historia del gaucho y no deberían sorprendernos. Aunque estos rasgos de su espíritu explican el actuar que tendrán luego, no reside en ello la mayor nobleza de aquellos que en los albores de la patria embarcaron hacia nuestras Malvinas. Después de sortear el mar temido, a pesar de la reticencia inicial, desembarcaron; aún habiendo llegado con apenas harapos a un frío archipiélago, eternamente nublado y repleto de relieves verdeantes que recuerdan mucho más a las lomas galesas⁴ que a la llanura pampeana; aún habiendo perdido el consuelo de sus caballos de camino a las islas. Elegir el camino del mar –que el gaucho desdeña y sin dudas teme– y una tierra que, aunque es bien argentina, guarda paisajes y un clima tanto más gringo que pampeano: esa es su verdadera valentía. Después de tal arrojo es claro, incluso obvio, que esa peña de valientes en el indómito y extraño sur, llegada la hora, actuará –también con las armas– por nuestra bandera.
El establecimiento argentino, siempre pequeño y trabajoso, no acogió solo criollos. Desde la llegada de la fragata Heroína a la islas, los nuestros convivieron con no pocos gringos en el intento de hacerlas tierra próspera. Esta convivencia del criollo con aquel al que nunca tuvo mucha estima más de una vez generó tensiones que, aunque resultaron en incidentes aislados y menores, ciertamente prueban la voluntad gaucha de topar al forastero: la amenaza de muerte a un gringo que espetó un gaucho luego apresado por el gobernador de las islas, Luis Vernet⁵, o la riña entre el gaucho Pío y Juan el Alemán⁶. Tensiones que no pasaron a mayores ni tenían razón para hacerlo porque, sin importar las diferencias entre el gringo y el gaucho, ambos estaban trabajando para la prosperidad de una colonia sobre la que ondeaba el pabellón argentino.
26 de agosto de 1833 es la fecha de nuestro hecho capital, la sublevación, pero ¿cuál es su prólogo? El capitán inglés Onslow llegó a Puerto Soledad en su corbeta, la Clío, el 2 de enero de 1833⁷. Dos son los antecedentes que mejor explican el éxito de la Clío en su misión: primero, el constante acoso y pillaje, incluso del ganado en tierra, de naves pesqueras que navegaban sin el permiso de las autoridades locales; luego, la despótica intervención del comandante estadounidense Silas Duncan en el pleito entre las pesqueras y las autoridades argentinas. Por los apresados primero y los exiliados voluntarios después, la población oscilante entre ciento cincuenta y trescientas personas se redujo a la pobre cifra de veintidós. A ese lugar, más yermo que colonia, llegó Onslow a dar su orden. José Pinedo, al mando de la goleta argentina Sarandí, preparó la resistencia y comentó repetidas veces su voluntad de resistir el abuso inglés, pero acabó por tragarse el orgullo y se retiró⁸. Pinedo, claro, no era el único argentino en la isla y donde él se fue, trece criollos permanecieron en el dominio del inglés con el orgullo magullado.
En los días de Onslow, la gauchada de Malvinas –esos doce– vivió grandes inclemencias y eran muchos sus reclamos. La historiografía denuncia el trabajo excesivo, la prohibición del viaje a Buenos Aires y el uso de caballos, y el pago por su trabajo con unos bonos que el responsable de almacenes de la isla ya no aceptaba⁹.
Ejemplar previo (emitido en gobierno argentino) de los bonos malvinenses que el almanecero dejó de aceptar luego, durante el gobierno inglés.
No les dolió la miseria y el trabajo en grandes cantidades pues ya las habían sufrido antes de la usurpación inglesa y porque, además, en la Pampa esas cosas se encuentran tan fácilmente como la disposición al entrevero y propio orgullo. Es el resto lo que los encorajinó hasta el hartazgo. A nuestros desamparados los privaron de todo lo que es importante, no para su cuerpo, sino para su espíritu. Los privaron del caballo, que para ellos significaba la vida misma, y les quitaron hasta el derecho a soñar con su vuelta al continente, a la pampa que los engendró y para la que fueron hechos. Y cuánto más –imaginemos– los habrá encorajinado que estos abusos insoportables los perpetuara una gringada menos hábil para el caballo que para nuestra lengua. La rabia y la voluntad de acción, naturalmente, comenzó a florecer bajo la sombra de ese pabellón corsario que llaman la Union Jack.
Seis meses es todo lo que pudieron soportar. Ocho gauchos e indios –tan pampeanos y buenos jinetes como el gaucho mismo, tan iguales en el fondo de su espíritu y tan hijos del mismo continente– fueron a las armas. Aguardaron la ausencia de algunos hombres que podían ser resistencia y cuando la disposición fue favorable, se lanzaron a la caza y extinción de los indeseables. El saldo: cinco muertos registrados y algunos evacuados. Al finalizar las operaciones, nuestros pampeanos tomaron la casa de la comandancia y luego de la retirada inglesa de Puerto Soledad, izaron en las Malvinas nuestra bandera.
Cuanto más le hierve la sangre por una causa, más se acerca el pampeano a un gran hombre que lo conduzca para ofrecerle todo, incluso su vida. Rivero. El gaucho Rivero fue el gran hombre entre los ocho valientes, pero es importante recordar que él funciona como cualquier caudillo: sin importar los ornamentos de grandeza que le otorguen sus seguidores y la historia, ellos son apenas el nombre de la masa que los sigue.
El británico –conocido por ello– fue con presteza y eficiencia a recuperar lo que creía suyo. Cinco meses duró la toma gaucha. El continente, ocupado en una acotada conquista del desierto y la tensión política del intervalo entre el primer y el segundo gobierno de Rosas, apenas si oyó los infortunios y reclamos de su tierra más austral. Sin noticias de Buenos Aires y en tan ínfimo número, se dice que los rebeldes comenzaron a improvisar una barca¹⁰ para volver a la tierra que los vio nacer, así fueron encontrados por los ingleses. El 7 de enero de 1834 los británicos que desembarcaron con dos naves de guerra en Puerto Soledad se lanzan a la misión de extinguir la revolución¹¹. Frente a la carga de soldados que los triplicaban en número, nuestros héroes desamparados huyeron al interior de la isla. En las siguientes tres semanas fueron capturados uno por uno y el último en ser apresado fue el que más recordamos: Rivero.
La última incursión argentina en las islas es la que se lleva toda nuestra atención, pero para que en el siglo XX la Argentina haya intentado la reconquista, antes debió suceder la ocupación. Esta es su breve historia, cargada de resistencia. Incluso en esa patria tan joven, llena de confusiones y riñas intestinas, un puñado de valientes optó por habitar las ingobernables islas a las que mira nuestra Patagonia y cuando el extranjero apareció para reclamarlas como suyas, desplegaron una furia de facones, bolas, sables y mosquetes contra él. La barca que improvisaban cuando los ingleses llegaron a por ellos fue, sin dudas, un desgarrador pedido de ayuda. Fue el grito final de esos hombres ignorados por la metrópolis que defendieron. Sin la esperanza, que fue antes el mayor combustible de estos guerreros, allí se perdieron, en el archipiélago olvidado que solo con el tiempo sería valorado, defendido y tan anhelado por el argentino. La historia de las Malvinas como territorio nacional es casi tan extensa como la historia de la patria misma. Estos hechos iniciales, casi embrionarios, en la isla merecen nuestro recuerdo tanto como la guerra del 82. Los valientes que fueron ignorados en su tiempo hoy deben ser recordados y por eso me di a la escritura de este artículo.
¹ Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, cap. 2, p. 36
² Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, cap. 5, p. 79: Facundo, el arquetipo del gaucho se asocia con otro por su «celebridad en crímenes y odio a las ciudades».
³ Almeida, Juan Lucio, Qué hizo el gaucho Rivero en Malvinas, cap. 4, p. 32: esta es la descripción que se hace del arribo a la islas de un contingente de gauchos. Los gauchos e indios llegaron a las islas en diferentes viajes, cabe pensar que el resto de arribos fueron igual de precarios.
⁴ Muñoz Azpiri, José Luis, Historia completa de las Malvinas (tomo I), Charles Darwin, p. 272: Gales septentrional es la zona del Reino Unido que Darwin trae a colación para explicar al lector el clima malvinense.
⁵ Almeida, Juan Lucio, Qué hizo el gaucho Rivero en Malvinas, cap. 4, p. 39.
⁶ Gutiérrez, Silvina, Así se construyó Malvinas: El Diario de Emilio Vernet en Puerto de la Soledad (1828-1831), p. 184: la misma riña consta en otro diario, el de María Sáez
⁷ Muñoz Azpiri, José Luis, Historia completa de las Malvinas (tomo I), Charles Darwin, p. 193.
⁸ Pinedo, Enrique, Malvinas: su extraño destino, p. 140.
⁹ Pigna, Felipe, «El gaucho Rivero» en El historiador.
¹⁰ https://ninos.kiddle.co/Ocupaci%C3%B3n_brit%C3%A1nica_de_las_islas_Malvinas_(1833)
¹¹ Muñoz Azpiri, José Luis, Historia completa de las Malvinas (tomo I), «Cronología de las Malvinas», p. 193.
https://clubpino.wordpress.com/2025/04/04/los-ocho-valientes-de-malvinas/