El oeste siempre tuvo metal. En los noventas, gente con cuero y hebillas viviendo Haedo, Ituzaingó o Morón, incluso en Ramos. Gente que viajaba por la línea de Rivadavia hasta Boyacá, por marcar una frontera que ahora el subte borra. Esa gente del metal, porque no se podía jactar de levantar ninguna bandera contundente -recordemos, el peronismo les había sido arrebatado y borrado del disco rígido social- siempre tuvo oído para otras cosas. Y el metal nunca dejó de reconocer el talento. Por eso se escuchaba V8 y Riff, y de ahí a Pappos Blues, Manal, Vox Dei, y de ahí al soul, la Biblia y al infinito. Por eso esto me suena bastante, porque mi familia, de los que ya no queda nadie, llegó desde el este y se acomodó en el oeste y de ahí se fue acercando tímidamente primero, y después, cuando vieron que podían, con más convicción. Para la gente que se animó a viajar, a caminar y a escuchar otras cosas, y que alguna vez esperó y todavía espera que pase el Sarmiento mirando la barrera baja, ahí va este tema.