sábado, 5 de febrero de 2011

Sobre otra división posible

En Mientras escribo, Stephen King cuenta que en su infancia y primera adolescencia clasificaba las películas que iba a ver como “de motos” o “de Poe”. Estas nomenclaturas fijaban o creaban categorías para los géneros que ya empezaba a formar al narrador. En el campo intelectual, con los libros se pueden hacer divisiones parecidas. “¿De qué va esta novela?” me preguntan. Y respondo “es una de lenguaje”, “una de desaparecidos”, “una de travestis”, “una de pop miserabilista” y así.

En artículos, papers e intervenciones varias es posible reconocer un hit: la película “del mercado y la academia”. Ya casi se transformó en un ritnornello, el estribillo de una música simple y directa, que puede seducir, conformar o defraudar, pero, por lo general, resulta previsible. No quiero condenar este sub género. Me interesa más que “una de Foucault”, por ejemplo. Pero el núcleo de esta división, con sus filtraciones hacia el periodismo más o menos especializado, a veces me fatiga. Sus lugares comunes muchas veces obturan avances en vez de generarlos.

Digamos que cada una de estas esferas, que están lejos de ser estancas, tiene sus representantes. Martín Kohan se identifica, aunque él intente negar o relativizar esa pertenencia, con la academia. Pablo Ramos es el anti-académico borracho y vitalista. Los nombres háganlos ustedes. Las listas se desglosan con facilidad.

Al mismo tiempo los prestamos y los pases son evidentes. Beatriz Sarlo escribe en Viva. Los periodistas de Ñ enseñan en TEA, otros periodistas dan un taller de periodismo o un taller literario. Las carreras sensibles de humanidades de la UBA cargan el léxico de las agendas con conceptos que pueden ser “texto”, “contexto”, “devenir”, “rizoma”, etcétera. En una sociedad donde el conocimiento tiene una larga tradición en el ascenso social y la movilidad de clases, el aula y los medios siguen estando conectados. El contra-ejemplo más claro son las universidades con campus de Estados Unidos. Cuando un estudiante egresa tiene dos opciones, quedarse y recluirse, o salir al mercado laboral. En los Estados Unidos el discurso universitario no impacta de la misma forma en la sociedad como en la Argentina.

Al mismo tiempo, la división entre mercado y academia me parece hoy menos productiva que otra división, más palpable aunque menos tematizada, pero probablemente más tajante. Si el “mercado y los medios” tienen y reclutan para sí un grupo de intelectuales, si lo mismo hace la academia, si estas “instituciones” modelan un perfil de lecto-escritura, de relación con el conocimiento y poder, ahora la gran división, creo, está en la web.

Suponemos que hoy incluso el más conservador de los escribas usa el mail. Pero ¿cuántos escritores tienen blog, twitter, escriben para revistas o medios virtuales? También podríamos hacer preguntas más picantes. ¿Cuántos dicen que siguen escribiendo a mano? Pero no entremos en chicanas. El relevamiento resulta simple. La bisagra está planteada entre fines de 1960 y mediados de 1970. Los nacidos antes siguen atrincherados en las prácticas de producción y distribución del siglo XX, los nacidos después se acercan, a veces con desborde, a veces de forma mesurada a la web. Que los blogs hayan caído en una semi-desgracia no implica un retroceso. El twitter continúa, acentuando las diferencias, extremándolas, con la cultura textual del siglo XX. Hay tantas plataformas como ejemplos.

Como fuere, entre el papel y la pantalla la división es mucho más clara que entre “mercado y academia”, y pensarla es productivo y necesario. Por supuesto, como en el universal “mercado y academia”, entre los que usan la web y los que no la usan o la resisten no hay pureza ni paradigmas absolutos. Tampoco se trata de una división exclusivamente generacional, o de una cuestión “racial”. No veo un dilema hamletiano, el tema no es “ser o no ser nativo digital”. Aunque todos estos factores pesen, señalar sólo uno y generalizar es reducir la complejidad del tema. Se trata, creo, de prácticas, necesidades y pertenecías. Señalarlas y darles una respuesta crítica sería empezar a poner en práctica las herramientas teóricas para pensar el futuro, pero también una buena parte del presente.