lunes, 28 de febrero de 2011

Contra el corso, a favor del carnaval de la web


Se viene el carnaval y me invitan al ensayo de un corso. El lugar es un galpón en Floresta, carpeta de cemento en el suelo y un Dodge 1500 con la chapa picada estacionado al fondo. “Esperamos febrero todo el año” me dice mi contacto. Se está por recibir de sociólogo y piensa hacer carrera en el Conicet. “Con la murga me distiendo, hago amigos, pero también me gustaría presentarla como objeto de estudio para mi proyecto de investigación”. Llegamos temprano. Los murgueros se van juntando. Algunos elongan, otros prueban un bombo. Una mujer borda lentejuelas en un costado. Mi contacto me explica que “la gente siempre habla del carnaval de Rio o de Gualeguaychu. El de acá les parece triste porque es más melancólico”.

— ¿Sos músico o venís a bailar? —me pregunta una chica.

— Ninguna de las dos cosas, me dedico a la crítica de libros —le respondo.

— Bueno, pero podés bailar igual.

Resignación. Empieza el ensayo. Las letras y la música son previsibles. Las coreografías, siempre las mismas. “La alegría llegó a la calle, venga señora, venga señor” cantan los murgueros con esa vocación inclusiva que inexorablemente fracasa. ¿Qué se puede fabricar con tantos lugares comunes? ¿Una muro de contención, una cárcel, un cielorraso que baja y baja y te termina aplastando? Música, cuerpo, picaresca, y sin embargo, ¿por qué no me gusta el corso porteño? El problema no es el ruido. Puedo escuchar con placer la música producida por los intonarumori fabricados por Luigi Russolo y considero al pedal de distorsión una de las piedras fundamentales de mi educación sentimental. Pese a eso, a los diez minutos de murga, me descorro hasta la puerta y me voy.

ADN puso en su última tapa “Alegrías y tristezas del Carnaval”, una historización prolija e intrascendente de María Sáenz Quesada que es como un artículo de Wikipedia bien redactado. ¿Se puede decir algo más? Para empezar hoy sabemos que el Nietzsche de El nacimiento de la tragedia no es retórico y la cultura griega era tan apolínea como dionisíaca. Dionisos no llegaba con sus bacantes y su vino desde los países bárbaros para corromper la caretísima adoración de Apolo. No. Los griegos solares también se dejaban tentar por las sombras. La luz incluía el momento de la mancha, del barro, del travestismo, del beso con sangre menstrual. Esa es la inspiración original del carnaval. Por eso es siniestro, y por eso los corsos porteños, mediados, formateados, institucionalizados, son tan poca cosa. ¿Murió el desquicio, entonces? No, la verdadera brutalidad la encontramos hoy en la web. Como en la cultura griega, Internet tiene zonas seguras, racionales y productivas, y también momentos de quiebre. ¿O no son los pliegues, el gesto barroco, el cambio de identidades y la subversión especialmente vitales en la banda ancha?

Por su parte, la revista Ñ pone en tapa “Sociología de los livings”, una nota firmada por Marcelo Pisarro, bastante tonta y pretenciosa, donde se teoriza ese espacio de la vida moderna. El dato: Pisarro usa la palabra televisión ocho veces. “Ordenador”, una sola y en un paréntesis. Faltan en esos livings, entonces, las computadoras donde se masturban los adolescentes, donde se ve pornografía de madrugada, donde admiramos la piel cerúlea de los travestis. Faltan los livings de los viejos entrando al sitio de www.lanacion.com para insultar con seudónimo las políticas progresistas del gobierno. Falta el living de la paranoia y la pedofilia digital, los livings donde pasan toda la tarde los adictos a los juegos en red (desde el poker al viejo Counter Strike). En Ñ no hay baco, sus livings pasteurizados carecen del fértil carnaval digital. Y no me corran con que en la web falta el cuerpo. Internet es un espacio de socialización y trasgresión donde siempre se juega el cuerpo. Facebook es el nuevo porno y su máxima democratización. En cada pop-up hay un brote del famoso Rubro 59. ¿Por qué si no la blogger Carolina Aguirre escribió el 12 de febrero en su twitter: “Los cobardes que cagan a sus esposas con pendejas de twitter tienen que cuidarse porque tengo la lengua MOITO LARGA”? Las mayúsculas le pertenecen. Aguirre no tiene problema en desafiar la norma escrita, mientras que, como el Juan Manuel de Rosas citado por Quesada, quiere identificar, amenaza y pide documentos para la portación de la máscara.

Tanto el Carnaval de ADN como el Living de Ñ podrían salir en las revistas dominicales de La Nación y Clarín. Ambas son notas blancas, para toda la familia, que no se hacen cargo de los objetos que dicen examinar. Termino con esto: Hoy el carnaval es menos el principio de una cuaresma que el final de las vacaciones. Este año también podría ser entendido como la inauguración semioficial del baile de máscaras del 2011 eleccionario, donde, de paso, la web también meterá su larga y libidinal cola.


(Publicado en el segundo número de El Guardián, febrero 2011.)