viernes, 2 de diciembre de 2011

Es bueno dar gracias a Dios,
cantar en tu honor, Altísimo,
publicar tu amor por la mañana
y tu fidelidad por las noches,
con el arpa de diez cuerdas y la lira,
acompañadas del rasgueo de la cítara.
Pues con tus hechos, Dios, me alegras,
ante las obras de tus manos grito:
«¡Qué grandes son tus obras, Dios,
y qué hondos tus pensamientos!»
El hombre estúpido no entiende,
el insensato no lo comprende.
Aunque broten como hierba los malvados
o florezcan todos los malhechores,
acabarán destruidos para siempre;
¡pero tú eres eternamente excelso!
Mira cómo perecen tus enemigos,
se dispersan todos los malhechores.
Pero me dotas de la fuerza del búfalo,
aceite nuevo derramas sobre mí;
veré la derrota del que me acecha,
escucharé la caída de los malvados.
El justo florece como la palma,
crece como un cedro del Líbano.
Plantados en la Casa de Dios,
florecen en los atrios de nuestro Dios.
Todavía en la vejez producen fruto,
siguen llenos de frescura y lozanía,
para anunciar lo recto que es Dios:
«Roca mía, en quien no hay falsedad».


Salmo 91