¿Cómo invocarte, delicada Calabria?
Es evidente que no debo ensayar
la pompa de la oda,
ajena a tu pudor.
No hablaré de tus mares, que son el Mar,
ni del imperio que te impuso, costa íntima,
el desafío de los otros.
Mencionaré en voz baja algunos símbolos:
Una fuente de piedra, rústica,
con agua que lava la historia.
La danza en el jardín y en la plaza,
Los campanarios y las torres de piedra,
un inmigrante que extraña
(y que a nadie dice que extraña)
el Oeste y las soledades templadas
que Dante no vio
y que igual cifró en palabras precisas,
el ruido de la lluvia, que no cambia,
En meridiano en la cara,
la sombra de la estatua de Bernardino Telesio,
La constante inmigración albanesa,
Que me hizo más blanco,
más centroeuropeo en la piel.
La violencia, la ternura, el rastro
del fascismo, de una política
Siempre ajena, siempre incomprensible.
El desprecio de los otros, la humillación.
La generosidad de los hermanos napolitanos
Que nos prestaron su cultura cuando la nuestra
No alcanzaba.
El patio, la camiseta, el apellido,
Un dialecto cerrado de música latina,
La imposibilidad de un español redondo,
La ingenuidad de los hombres,
Que iban al trabajo o a la guerra como niños.
También el gentilicio cosentino, que nadie usa.
Los viajes al norte, hacia Alemania,
O Nueva York.
Y los viajes al sur, a Buenos Aires,
El legado franciscano, la cultura del trabajo,
De la fiesta familiar, de la mesa y de la parra.
El recuerdo brumoso de un nombre,
De un insulto, de las montañas,
Y de una capilla bautismal en las montañas.
Aquí estamos los dos, costa secreta.
Nadie nos oye.
De frente al crepúsculo
compartiremos en silencio cosas queridas.