El martes a la noche en un sótano de la calle Scalabrini Ortiz, El perrodiablo, también conocido como El perrotransas, El perrobomba, El pollodiablo, puso en orden el lenguaje del rock para un grupo de apáticos que -entiende este cronistas- no estaban preparados ni física ni mentalemnte para recibir esa carrrada de adrenalina musical. El primer tema mostró que el sonido y la acustica les tiraba una soga y los pibes de La Plata no perdonaron. Strassburger al lado mío estaba como loco. El bajista, veintidós años, camisa de colectivero, cortó la tercera cuerda y al toque se pusieron en cueros. El perrodiablo conoce el arte de la distorisón, viejo. Una batería que habla, guitarras sincronizadas, despliegue en escena. Les gusta lo que hacen, se nota. Terminado el set se abrazon como si hubieran tocado en Obras o jugado la final del mundo. Entonces, lo envidié. Podría haber rezado un Padre Nuestro sin herejías. Tu vida necesita rock.