viernes, 18 de noviembre de 2011

Tan simple, tan intenso: Pearl Jam en La Plata


Vuelvo a escribir para el blog porque esto que escribo acá creo que no puede ir a otro lado. Escribo sobre lo que hizo Pearl Jam en el Estadio único de La Plata el domingo 13 de noviembre del 2011. Escribo lejos de la fecha en que ocurrieron los hechos, cinco días después, un poco porque antes no podía, no me salía, y un poco siguiendo lo que dice Horacio Quiroga en su decálogo cuando aconseja no escribir bajo el “imperio de una emoción”, sino dejarla morir y revivirla después. Pero YouTube y la neurosis no dejan morir la emoción, a lo sumo la transforman. Por eso también, escribo la prosa apurada que sigue.

1.

El recital empezó en la autopista donde el tráfico se atascaba y se desatascaba. Había un operativo policial importante. Llegando al estadio la organización era buena y se agradecían las indicaciones. El ingreso también estuvo bien. Me pasé apenas un rato por el área de prensa que no era gran cosa y vi muy poco de los Equis. Vedder salió a cantar un tema con ellos y la gente se dio cuenta de que estaba por enfrentar la banda de un tipo sin divismos. El Estadio Único de La Plata es enorme y eso me sorprendió y me intimidó.

2.

Pearl jam largó con Realese, una balada oscura. Y después sí trató de morder un poco más. Pero las guitarras no sonaban. No atacaban. Me desilusioné un poco. El volumen estaba bajo. Parado adelante, a veinte metros del escenario, todavía sentía demasiado aire. ¿Qué pasaba? Ni Mike McCready, con sus solos, ni Stone Gossard, con su chirriante acústica y su buen tempo terminaron de aparecer o sonar como suenan en los discos y como yo recordaba que sonaban en los discos. No tengo idea si fue en el lugar que elegí, el estadio o qué. Pero las guitarras no me gustaron y no me convencieron en ningún momento del show. Matt Cameron sí estaba. El bombo se sentía en el pecho, incluso a un volumen bajo. Y su capacidad de estructurar y envolver todo, de ser columna vertebral y metrónomo, fue completa. Para decirlo en corto, se tocó todo. Jeff Ament estuvo ahí. Saltó siempre que pudo. Se lo veía entusiasmado. En un momento agarró la guitarra para un bis. Escucharlo en los discos me da más placer. El gran tema del recital fue Vedder, mejor dicho su voz. Ya no se cuelga de los fierros del techo pero corre y bajó a tocar al público. Su voz, precisa, potente, a veces gutural, siempre emotiva, sonaba como si estuviera cantando al lado tuyo, diciéndote “tengo ira y fuerza, tengo sentimiento, estoy acá para vos, porque vos estás para mí”. Nunca escuché a alguien cantar así durante tres horas seguidas. Si me lo contaran simplemente no lo creería.

3.

En cuanto a repertorio, la elección no pudo ser mejor. No faltó nada. Hicieron más de treinta temas, todos buenos. Uno de los momentos donde más destacó la calidad de la música de Vedder, tanto en el rol de compositor como intérprete, fue cuando salió a cantar Just breath acompañado apenas de su guitarra y del viejo tecladista que está con la banda desde hace un rato. El momento fue emotivo por muchas cosas, fue nostálgico y vital, melancólico y duro, como un tractor regulando al borde un camino en una tarde verano. A mi simplemente me demolió emocionalmente. Betterman, con esa letra narrativa y ese estribillo tan punzante, descarnado y triste a la vez, también me tocó. La melodía, simple, repetitiva, cantada por todos, me puso la carne de gallina. Pero cuando Vedder le coló en el medio el estribillo de I wanna be your boyfriend ya fue demasiado. Era atravesar dos íconos de mi adolescencia al mismo tiempo. Me puse a llorar como un pibito perdido en un supermercado y Juan Manuel Strassburger, quizás el crítico de rock que más admiro y quiero del mundo, tuvo el decoro de no mirarme, de no reírse, de no darse cuenta.

4.

Hay muchos momentos sueltos para recordar. Que en un momento apareciera Ricky Ramone que anda de plomo con ellos fue solo uno. Creo que el campo cortado a la mitad por una diferencia de sesenta peso le restó potencia, masa motriz, al evento. Se especulaba si habían sido los músicos los que habían pedido eso para evitar desmanes o era tema de la organización. Parecía más tema de la organización. No sé, y ya a esta altura no me importa.

5.

Como siempre al público argentino si le gusta algo, le gusta mucho. La gente coreó los riffs de Even Flod, los de Evolution, y varios más. Black y sobre el cierre Unthought known los cantaron todos. Vedder se dio cuenta y dijo “la próxima nosotros tocamos la música de ustedes”. Fue un pliegue raro, íntimo, un reconocimiento nada demagógico. Estamos acostumbrados al showman que juega para la tribuna. Pero esto fue diferente. A Vedder se lo veía serio, a veces incluso abrumado por el afecto de los que llenábamos el estadio. Sus canciones hablan de lo mal que pueden salir salen las cosas a veces, 40.000 personas las entienden y lo van a ver y a escuchar y a cantar esas letras desgarradas con él. ¿Qué pasa entonces? Sobre el final, les tuvieron que encender la luz porque daba la sensación de que si no, se quedaban tocando hasta que se hicieran las cinco de la mañana.

6.

Siempre fui más de Nirvana, de la histeria, del descontrol, de expresar el dolor. Pearl Jam fue y es otra cosa. Vedder no es Cobain. Vedder es reconcentrado, trágico, no reacciona, no ríe. Es un tipo que no se supo o no se quiso rebelar a tiempo, un austero working class hero que soportó, estoico, males y tribulaciones de todo tipo. Eso nos cuenta en sus letras. Y es más astuto que Cobain. Sabe que las drogas y la felicidad te hacen mierda, sabe que la guita te hace mierda. Y sabe que a veces el bajo continuo de la concentración, de estar concentrado y trabajando, es tan necesario como el aire para sobrevivir. Por eso a Vedder le gusta trabajar y que las cosas salgan bien. Lo sabía y lo volvió a aprender un par de veces, de la peor manera. Cuando no le salen, por ejemplo, se le mueren aplastados seis fans. Por eso pidió el domingo que los de adelante dieran tres pasos para atrás. La gente respondió.

7.

En un momento le dije a Strassburger: “Esta banda es grande y es nuestra, no es un rock heredado, esta la vimos nacer, crecer y acá están veinte años después”. Por todo eso, Pearl Jam en La Plata fue la corroboración de un mito raro, propio, un verdadero “mito moderno” para la gente de mi generación. Y Vedder demostró que es un artista de una altura emocional y una profundidad que no se alcanza tan fácil desde un sonido que a veces incluso es apto para ser pasado en la radio. Pero también es posible percibir que logró hacer algo positivo con su negatividad, logró crear cosas bellas con su dolor sin destruirlo, procesándolo, tocándolo, perdiéndole el miedo. Como alguna vez se dijo de Chavela Vargas, el también “canta desde ahí”. La afectación entonces es la necesaria para que el arte sea arte, pero nada más. Atrás hay una universo que funciona, que cuenta historias, que emociona. Vedder ya no es el Eddie atribulado que se cuelga, que grita, que se enoja en silencio y de golpe explota, ahora es un hombre de trabajo, que emociona no porque reclama que lo dejen vivir, sino porque vio y vivió muchas cosas, y cayó, se sobrepuso, aprendió, sufrió, cayó, se volvió a sobreponer, y un día, después de viajar mucho en avión, llegó a ese Estadio y lo sorprendió que la gente lo entendiera. Strassburger me contó que después del show la banda no se podía dormir y andaban de acá para allá en el hotel preguntándole a las mucamas y a los recepcionistas dónde estaban porque no entendía nada de lo que había pasado. Hay un tuit, lo leí una vez, lo había escrito una chica y aunque lo busqué, no lo volví a encontrar más. Decía: “Yo sabía que había gente como yo”. Vedder podría escribir una canción de madurez con esa línea. Ojalá lo haga. Ojalá escriba siempre una canción más.