Para renovar el registro no hay que tener multas pendientes. Como se me venció el 28 de diciembre, día de mi cumpleaños, saqué turno para el 21 de enero y ayer fui a pagar mis multas. Tenía varias por excesos de velocidad, una por pasar un semáforo en rojo y cinco por estar estacionado en la puerta de mi casa, a mano izquierda, justo abajo de un cartel azul con una letra "E" blanca de "está permitido estacionar". El trámite de pagar las multas se puede hacer por Internet pero, dada la situación, tuve que apersonarme en la oficina gubernamental correspondiente, conocida en la jerga de los infractores como "Pellegrini" porque queda sobre esa céntrica calle.Como se puede ver en la imagen, había mucha gente. El ánimo general era turbio. Se esuchaba el murmullo de los infractores intentando contarle al que tenía al lado que él no era culpable, que no había cometido un ilícito. Y sobre todo que no quería, que no iba a pagar. A Dios gracias, había aire acondicionado. Logré sentarme y calculé cuanta gente había y cuánto facturaba ese lugar por día. No quieren saber el resultado. Pensé que era una situación más digna de Burroughs, de Ballard, o de Palahniuk que del pijatriste de Kafka.
En mesa de entrada me habían dado el B420. Los números y las series parecían salir de forma aleatoria en el plasma colgado del techo, pero después de cinco minutos de mirar con atención me di cuenta de que había una constante. Esperé durante 40 minutos a que salieran los 100 números que me separaban del B420. Previendo esta situación, había llevado el Kindle. Leí interrumpido por el sonido de los números que se renovaban. La espera se hizo larga. Mientras esperaba también recordé un soneto de Enrique Banchs.
Finalmente, en el box 24 me atendió un pibe de pelo negro, largo, atado con una anacrónica colita. Fue muy atento y me dijo que tenía muchas multas. Reconocí cuatro de exceso de velocidad y le dije que las pagaba. Las otras, el semáforo rojo y los estacionamientos en la puerta de mi casa, no y me quería quejar. Me explicó que si me pasaba a un controlador las multas empezaban a costar más caras. Lo sabía y lo acepté. Pagué los excesos de velocidad en la caja y pasé con el mismo número a la zona de controladores donde casi no esperé. Ahí me atendió otro pibe con una remera de los Ramones te tenía pinta de no alimentar ningún conflicto con el mundo. (Antes de una reforma que hicieron para bien, en ese mismo lugar te atendía un juez en una patética escenografía de juzgado hecha en madera. Te atendía y te gritaba.) Le expliqué al Remera de Ramones la situación. Le repetí tres veces que si bien estaba estacionando sobre la izquierda había un cartel que lo habilitaba. Al final dijo "vamos a mandar un inspector para que certifique si está la señalización correspondiente" y cerró la carpeta. Me pidió que firmara. Le dije que tenía turno el lunes para renovar el registro. "Y... Esto lleva una semana" dijo. Alargó la palabra semana en la primera "a". Me tomó el teléfono y me prometió que me iba a llamar cuando "eso" estuviera verificado. Le dije que me parecía que tenía que ir cambiando mi turno. "Y... Sí, me parece lo mejor, igual yo te llamo". ¿Me llamará? Quién sabe.
Si Rolnald McDonald imaginara un purgatorio diurno sería como ese lugar en la calle Pellegrini. Una dependencia publica más o menos bien iluminada, limpia, no necesariamente sórdida en las apariencias, con gente joven y relajada atendiendo. La única gran diferencia sería que acá pagás mucho y no te dan comida. (Aunque había un tipo con una bandeja ofreciendo sandwichs de miga.) Espero que los encargados de venir a cerciorarse de que está la chapa no se la lleven. Por las dudas le saqué una foto. Para terminar quiero decir que todavía sigo lleno de odio.
Comentario del Faco: "Me gusta que terminás de leer la crónica y abajo de la foto del cartel de estacionamiento sale una pija. Fav a la pija."