Jueves 18 de julio de 2013 | 02:25
"Lo malo de los críticos literarios, además de que existan, es que realmente se creen con derecho de tirar frases como quién es más interesante o menos interesante. Un poco de humildad, no sos nadie como para decir qué es o no es interesante. Eso lo deciden los lectores". La frase, publicada como comentario de un lector la semana pasada en este mismo espacio, ofrece algunas puntas para pensar las relaciones entre crítica y literatura. Si matizamos la bravata, en la que se esconde el deseo de una relación pura (y por eso mismo imposible) entre texto y lector, se puede desprender de ella una primera idea interesante: que la disputa por establecer qué vale la pena leer sigue siendo intensa, al punto de proponer la extinción de los críticos literarios. Pero también presenta algunos obstáculos. Por un lado, la definición, siempre esquiva, de qué es exactamente un crítico literario. Y por el otro, la del modelo de crítico al que apunta el encolerizado comentarista. ¿Será el de Poe, Baudelaire, Benjamin? ¿El de un Nabokov, un Sartre, un Todorov? ¿O el de un Connolly, un Barthes, una Sontag?
Lo que el comentarista prefiere olvidar, o pasar por alto, es que un crítico es, sobre todo, eso: un lector. Hay algo profundamente antiintelectual en sobreimprimir a la figura del crítico la de un censor, o un mero administrador de bienes simbólicos. Porque cuando el crítico es bueno, y todos los mencionados arriba lo son, sus textos funcionan en un sentido contrario: componen un discurso que habilita (por la vía de la argumentación lúcida o de la taxonomía arbitraria) lecturas nuevas, que pone a disposición de un público amplio obras hasta entonces desconocidas o poco visitadas.
Hay algo profundamente antiintelectual en sobreimprimir a la figura del crítico la de un censor, o un mero administrador de bienes simbólicos
Habría que decir, de todas maneras, que los deseos del comentarista no están lejos de hacerse realidad. El del crítico es un oficio en extinción, o al menos en retirada, abrasado por el poder de la mercadotecnia, el gacetilleo y el discurso omnívoro de las redes sociales. Una tarea ciertamente demodé. Lo deseable hoy por las reglas de etiqueta de la industria editorial es convertirse en escritor o, en su defecto, en editor.
Es por eso que hay que leer en su justa medida la provocación de Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) cuando afirma que una buena crítica es, en la actualidad, más importante que cualquier novela. Porque en un contexto en el que todo el mundo escribe y publicar nunca fue tan fácil, lo verdaderamente necesario sería dedicarse a la tarea, más ingrata y trabajosa, y peor remunerada, de la crítica literaria. Para ejemplificar su sentencia, Terranova (que antes publicó algunas novelas irregulares y unos pocos libros de cuentos notables) escribió el libro de ensayos Los gauchos irónicos. Inteligente (cierta vez un escritor mayor le dijo, al final de un almuerzo: "pero vos sos mucho más inteligente que tu personaje público"), sagaz, perceptivo, siempre atento a lo que palpita a su alrededor, sea la literatura reciente o los discursos generados por las nuevas tecnologías, con este volumen Terranova decidió ocupar un espacio vacante: el del crítico de la nueva literatura argentina. La tarea había sido emprendida de una manera ambiciosa y fallida por Elsa Drucaroff (enLos prisioneros de la torre), y mucho más interesante, aunque no programática, por Beatriz Sarlo (en Ficciones argentinas. 33 ensayos). En el prólogo de los artículos reunidos en No Leer, el chileno Alejandro Zambra (Santiago, 1975), que después se convertiría en un novelista exitoso del catálogo de Anagrama, confiesa haber sentido "el temor de convertirme en el crítico literario de mi generación". Con este libro, Terranova parece reírse del miedo zonzo e infantil de Zambra. Y, en un mismo movimiento, ofrece un recorte de lo más destacado de la nueva producción ficcional argentina e ingresa de lleno en el campo de la crítica profesional. Es cierto que hay un sentido de la oportunidad en este correrse de un lugar central a uno marginal, del lugar del escritor con obra al del lector profesional (escritores hay muchos, críticos casi ninguno); pero también hace falta una buena dosis de generosidad para invertir inteligencia y energía en la obra de los contemporáneos.
El del crítico es un oficio en extinción, o al menos en retirada, abrasado por el poder de la mercadotecnia, el gacetilleo y el discurso omnívoro de las redes sociales
¿Cuáles son los autores elegidos por Terranova en su libro? ¿Quiénes están escribiendo lo que, según él, es la literatura argentina más renovadora y estimulante? Los tres primeros que aparecen, y el gesto no parece gratuito, son poetas y narradores de provincias como Córdoba o Chaco: Luciano Lamberti, Carlos Godoy y Carlos Busqued. Habrá un tercer cordobés, Federico Falco, al que que se sumarán los nombres de Mariano Dorr, Pablo Katchadjian, Félix Bruzzone, Pola Oloixarac e Iván Moiseeff. El análisis de sus obras es exhaustivo y argumentado, y tiene la potencia expositiva de los mejores momentos del Terranova narrador. El libro se completa con otras tres intervenciones: una en la que analiza el sentido de la proliferación de antologías de nuevos narradores, otra en el que reflexiona sobre el concepto de "lo joven", y otra titulada "Internet y Literatura". Allí, Terranova se pregunta por la posibilidad de que pueda surgir un lenguaje literario de las redes sociales y las nuevas tecnologías. No es casualidad que el ensayo (y el libro) cierre con esta afirmación: "La última palabra la tendrán los críticos. En ellos, en esa figura siempre opaca -y hoy incluso maldita- recaerá a futuro, aunque ya podríamos pensar en el presente, la separación de lo que vale la pena ser leído y preservado de este marasmo pegajoso".
Imaginamos el rechazo que habría generado Los gauchos irónicos al ser evaluado por cualquiera de los grandes sellos comerciales. ¿Cómo publicar un libro que señala que lo más destacado de la nueva literatura circula a través de editoriales independientes o marginales (o, lo que es lo mismo, que pone en evidencia los desaciertos de los editores mainstream a la hora de rastrear la producción de nuevas ficciones en la Argentina)? El volumen lo publicó finalmente Milena Caserola. Fiel a su percepción del poder de la web, Terranova decidió también colgarlo de forma gratuita. Acá se lo puede leer completo..