lunes, 26 de julio de 2010

Hace un tiempo vengo reescribiendo algunos poemas de Nicolás Guillén. Este es una reescritura de Palabras en el trópico. Lo leí el viernes pasado en el Rock&Poetry que organizaron los editores de CILC en el ZAS. Está dedicado a Esteban Castromán, que sabe de la costa atlántica a fines de la década del ´80.


Palabras en el psicotrópico


Psicotrópico,

tu dura hoguera

en las nubes altas,

y el cielo profundo

teñido por el arco del mediodía,

la piel de los árboles seca,

la ansiedad del lagarto,

Las ruedas del viento

para asustar a las panteras,

La carne de los ríos,

La gran flecha roja,

Producto de las selvas,

Te veo venir, Psicotrópico,

con tu bolsa de hongos,

tus miserias, tus limosnas,

y tus cocodrilos de dientes morados

como el sexo de las negras.

Te veo las manos duras,

las semillas del peyote,

inhalando de ellas el árbol opulento,

árbol recién nacido,

apto para empezar a correr

desnudo entre los bosques.

Aquí, en este balneario perdido

De mediados de los 90,

en este mar atlántico,

de la provincia de Buenos Aires,

retozando en las aguas

y también en la arena,

yo te saludo, psicotrópico.

Mi saludo deportivo,

recreativo,

se me escapa del pulmón salado,

a través de estas islas

escandalosas hijas tuyas.

Qué ganas de aspirar

el humo de tu incendio

y sentir dos pozos amargos en las axilas.

Las axilas, psicotrópico,

con brazos retorcidos en tus llamas.

Puños que me das en la boca,

Golpes para rajar los cocos

De este pequeño dios colérico

Que todos llamamos narcisismo;

ojos son los que me das

para alumbrar la sombra de mis tigres;

oídos para escuchar

las pezuñas lejanas de los faunos

sobre la tierra.

Te debo el cuerpo oscuro, psicotrópico,

las piernas ágiles y la cabeza crespa,

te las debo,

mi amor hacia las hembras elementales,

y esta sangre imborrable.

Te debo los días altos,

en cuya tela azul están pegados

soles redondos que se ríen;

te debo los labios húmedos,

la cola del jaguar

y la saliva de las culebras;

te debo el charco

donde beben las fieras sedientas;

te debo, psicotrópico,

este entusiasmo de niño,

de correr en la pista

de tu profundo cinturón

lleno de rosas amarillas,

riendo sobre las montañas y las nubes,

mientras un cielo marítimo

se destroza en infinitas olas

que terminan en mis pies.