viernes, 14 de agosto de 2009

Una larga lista de equívocos




Para empezar, quiero hacer una lista. Su título puede ser: “Cosas del policial negro que no me gustan”. No me gusta la parte “policial”, prefiero la parte “negra”. No me gusta el clásico relato donde un detective combate a la mafia mientras fornica con una mujer rubia que oscila entre la prostitución y la santidad. No me gusta la tan venerada “tradición del policial”. Entiendo su valor relativo. Pero no me interesa mucho Hamett. Ni Chandler. Ni Humphrey Bogart. Ni la combinación del piloto de lluvia y la mirada cansina. (O me interesa tanto como la figura esbelta de Quijote y la gruesa de Sancho Panza.) No me gustan las Variaciones en rojo de Rodolfo Walsh, un libro donde el asesino casi siempre es un gordo que juega a la pelota paleta en la playa. No me gusta la nostalgia del género. No me gustan esos policiales que quieren ser “negros” y son “blancos” con un detective que lee a Neruda y que finalmente descubre que el terrorismo de estado en Latinoamérica fue algo malo. No me gusta cuando se usa el tema de los desaparecidos. (A menos que tenga un torturador de la ESMA como detective, un torturador que mientras le mete máquina a un preso clandestino elabora una larga teoría política sobre el ser nacional.) Y sobre todo, no me gusta “el periodista roto pero noble, alcohólico pero honesto, cocainómano pero nunca paranoico ni mucho menos golpeador de mujeres”. No me gusta porque los periodistas no son nobles. Y hablando de periodistas y equívocos hoy estuve mirando la revista Quid, que hace Yenny-El Ateneo. Hace tiempo ya, una tal Celeste Di Gifico me mandó cinco preguntas sobre qué estaba leyendo y yo le respondí cinco líneas. Después una chica vino a casa y me sacó un montón de fotos. Y hoy abro la revista Quid y lo que veo son mis respuestas redactadas con un muy precario estilo wikipedia –un estilo que no me pertenece, aclaro– y al lado la foto de Osvaldo Aguirre. Ustedes se dan cuenta que sería imperdonable de tan ingenuo depender de los periodistas de la revista Quid para descubrir al asesino.
La segunda lista “lo que sí me gusta del género.” Me gusta la hiper-violencia. No sé por qué. Me gustan los cruces con la política de alto y bajo estamento. Me gustan las escenas de sexo animaloide. Me gusta Jake Arnott que en su novela Crímenes a largo plazo construyó un matón homosexual, anti-comunista, anti-laborista y ultra violento que en un momento droga a un Lord de la Cámara Alta Británica y le saca fotos con el pito de un efebo en la boca. Me gusta New York Graphic de Adam Lloyd Baker, porque el protagonista es un fotógrafo freelance en una ciudad infestada de ratas. Me gusta El sindicato de Policía Yiddish de Michael Chabon, porque cuenta la historia de cómo los judíos colonizaron Alaska y de cómo la violencia es parte del pueblo judío. Me gusta lo que escribe Leonarod Oyola, porque es probable que él sea el que escriba los mejores policiales de mi generación.
Para terminar me gustaría recordar a un amigo. Hace muy pocos días se nos fue. Estaba cansado de los equívocos del mundo y de otros problemas que no vienen al caso, y entonces decidió irse. Era escritor y se llamaba Gabriel Bañez. Sus libros, uno de ellos publicado por la editorial de esta casa, ganó un premio donde Juan Sasturain era jurado. En Lejos de Berlín, el libro que presento hoy, casi no hay policías. Pero el único policía que aparece, insomne, cansado de las miserias del mundo, lleva su nombre. Mi idea era que Gabriel leyera el libro y se riera con el guiño como se reía –o al menos sonreía– de –y acá va otra lista– los asesores culturales, los editores impostados, los libros “pretensiosamente bien escritos”, o de una nota firmada por un “joven escritor argentino” pero ilustrada con la foto de otro y escrita por una tercera persona que no se sabe quién es. No creo que la poderosa cadena de librerías Yenny-El Ateneo, encargada de la distribución de los libros de Negro Absoluto, tenga una sucursal en el cielo. (Estoy seguro, por otra parte, que la tiene en el infierno.) Pero por eso mismo Gabriel no va a poder leer mi libro. No me importa. En él está su nombre, y ese es mi torpe y resignado homenaje.