miércoles, 26 de mayo de 2010



El Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño de Cochabamba organiza el Encuentro de Escritores Iberoamericanos y me invitó en julio a su edición del 2010. Con motivo de esa invitación, Martín Zelaya Sanchez me hizo esta entrevista para el diario paceño Página Siete.

¿Cómo recibió la invitación para venir al encuentro de escritores en Bolivia y cuáles son sus expectativas?

La recibí con mucha alegría. Había estado por viajar para allá en diciembre, con la idea de cubrir como periodista free-lance la reelección de Evo, pero no se pudo y realmente me quedé con las ganas. Así que la invitación para el encuentro me alegró muchísimo. Va a ser mi primera vez en territorio boliviano y mis expectativas son muy simples. Espero que en junio el gobierno del MAS se haga insostenible por la presión de los servicios de inteligencia norteamericanos y en julio se produzca un golpe de estado, de ser posible no muy sangriento, pero sí violento, conmocionante y ridículo. Alcanzaría algo al estilo Honduras. Evo debería hacerle frente y salir triunfante de la prueba. O no. Estando ahí, yo podría narrarlo todo desde la línea de fuego y escribir un libro tan bueno o mejor que Jefazo de Martín Sivak. Me parece justo que él haya narrado el ascenso y a mí me toque la caída y resurrección, o la más trágica y lamentable caída a secas.

El tema de la cita es el humor en la literatura. En su criterio, ¿cuál es la importancia del humor en un escrito, es este elemento parte de su creación?

Esta pregunta parece fácil pero es difícil. Para empezar, por lo general no me hacen reír las cosas escritas para hacer reír. Pero me gusta el humor negro y disfruto los comentarios ácidos, sobre todo si se hacen sobre profesores universitarios, periodistas infrahumanos, porteros de edificio y funcionarios públicos. (Hoy vi a uno meterse no un dedo, sino directamente un puño dentro de la nariz. Eso no me dio risa, me dio asco.) Dicho esto, no creo que el humor sea importante en lo que escribo.

¿Nos puede dar una síntesis de la ponencia que leerá en Cochabamba?

Todavía no la escribí pero estoy recolectando material, sobre todo chistes bolivianos sobre argentinos y chistes cruceños sobre coyas. Hay uno muy bueno de un policía coya que para a un camba que va en una camioneta de lujo y le pide los documentos. El título tentativo de mi ponencia es “Un boliviano, un judío y un argentino entran a un bar”.

¿Cuál es, en su criterio, la real importancia y utilidad de los encuentros o congresos de literatura?

Me parece excelente que se hagan y me siento muy halagado de que la Fundación Patiño me haya elegido para este año de bicentenarios. Los encuentros y congresos son útiles para conocer gente y lugares, para que te regalen libros, descubrir autores, y también desde luego para emborracharse lejos de casa. Las mesas y las lecturas que se hacen por lo general resultan tediosas, pero en los pasillos, los bares y los patios se cuentan excelentes chismes y anécdotas. Así que el intercambio, como es de esperarse, no fluye por los canales tradicionales, pero eso no debería sorprendernos ni mucho menos amedrentarnos.

Usted escribió novelas, relatos, ensayo e incluso poesía, ¿con cuál género se siente más cómodo a la hora de escribir y a la hora de leer?

Para escribir y leer no hay nada mejor que la novela. La novela genera un calor muy especial cuando se la lee y cuando se la escribe. No hay nada como una buena novela.

¿Qué conoces de la literatura y de los escritores bolivianos?

Bueno, lamento decir que conozco menos de lo que me gustaría. Leí Diario, el libro de cuentos de Maximiliano Barrientos editado por El Cuervo, también algún cuento suelto de Rodrigo Hasbún, Roberto Cáceres y algo de Wilmer Urrelo Zárate, de quién tengo Mundo negro, pero todavía ni lo hojeé. Leí de un tirón Borracho estaba pero me acuerdo de Viscarra y por supuesto sé quién es Augusto Céspedes. Su cuento El pozo me parece mejor que Kafka. ¿Se conseguirá algún viejo ejemplar de El Dictador suicida en alguna librería de Cochabamba? Lo que encontré del tan comentado Oscar Cerruto no me convenció. Pero leí con mucho placer un cuento de Liliana Colanzi que está en la web, se llama Tallin y lo publicó el Gran Salvador Luis Raggio Miranda en su revista Los Noveles. Y Tukson, historias colaterales de Giovanna Rivero me pareció excelente. De Santa Cruz, lo de Colanzi y Rivero es lo que más me gustó y lo que más interés me despertó de lo que se hace hoy en Bolivia. De Edmundo Paz Soldán leí dos cuentos, Azurduy y Dochera. Su prosa es de excelente calidad. (Una vez estaba tomando una cerveza en un bar de Palermo y alguien me puso un teléfono en la oreja y Paz Soldán me saludó, se escuchaba como si estuviera muy lejos y yo estuve muy cerca de decirle que lo amaba. No sé bien por qué. Supongo que porque es famoso y me dijo que sabía quién era yo y me trato con mucha consideración.) Me olvidaba de mencionar a Juan Claudio Lechín, de quién no me formé todavía opinión. (Aunque qué bien comienza su cuento El duque, que se puede bajar de la web en pdf.) La verdad es que espero poder comprar algunos libros durante el viaje. Algo de Jaime Sáenz y de Emeterio Villamil de Rada, por favor. Sus leyendas los preceden. También algo de Gabriel René Moreno, por ejemplo, que me lo recomiendan siempre, y no pienso volver de Bolivia sin 50 años de historia de René Zavaleta Mercado, así me lo tenga que robar de una biblioteca. Para terminar quisiera decir que es difícil conseguir autores bolivianos en Buenos Aires, quizás eso me sirva un poco de excusa. Pero ahora se está empezando a comentar, en círculos interesados en el tema, la obra de García Linera, de la que se podrán decir mil cosas, pero que innegablemente ayuda a entender la realidad y la historia boliviana.