sábado, 16 de julio de 2011

Hiper-ficción uruguaya



Nadie recuerda a Mlejnas es una breve pero atenta novela donde Ramiro Sanchiz narra la llegada de un joven crítico a Las piedras, pueblerina ciudad de Uruguay. Allí ensayan y componen los Space Glitter, un dúo de rockers sensuales y frívolos cuyo gurú es un viejo escritor de ciencia ficción tan siniestro como kistch. Este “paseo” por la periferia de la creación le permite a Sanchiz especular sobre la relación entre literatura, música y política, pero también lo lleva a desarrollar una dimensión bizarra y material que incluye alcohol, drogas, una fábrica abandonada y un ritual satánico.

Leído desde Buenos Aires, Nadie recuerda a Mlejnas está en la línea “complejidad simple del sur” a lo Mario Levrero. Sin embargo, el estilo rioplatense de Sanchiz se ve actualizado no solo por la inclusión de un saber específico sobre los procedimientos creativos del rock y los géneros literarios pop, sino también por un juego de pliegues y sombras. En Nadie recuerda a Mlejnas se hace ficción dentro de la ficción, e incluso ciencia-ficción dentro de la ciencia-ficción. Con este marco de tardo-romanticismo under y cimarrón, en seguida nos damos cuenta de que el Uruguay de la novela no es “nuestro” Uruguay, el que existe con nosotros en nuestro plano de realidad. Por detalles como la muerte de L. A. Spinetta, Carlos “Charlie” Garcia Moreno (sic) y León Gieco a manos de la última dictadura y una “pseudoguerrita con Argentina por el Falkands affair (sic)”, comprendemos que estamos en otra línea temporal donde la historia derivó en acontecimientos diferentes a los que conocemos. Son esos otros compartimentos “en forma de ciclos sinuosos” de los que habla el epígrafe de Thomas Pynchon que abre el libro. La visita de Philip K. Dick a Montevideo resulta la coronación irónica de este procedimiento de desfasaje y un gesto que los lectores de Dick recibirán con una sonrisa.

En algún momento el protagonista se le escapa un poco, apenas un poco, a Sanchiz, y da la sensación de que algunos fragmentos explicativos se podrían haber presentado con más sutileza. La novela, de hecho, empieza de forma esquiva. Sin embargo, las torsiones en los protocolos de lectura, el arte de versionar motivos conocidos –el gurú satánico, por ejemplo, le narra al protagonista una versión low-fi de El Aleph de Borges–, la sospecha ucrónica y su confirmación, hacen de la novela un descubrimiento intenso y feliz. En Nadie recuerda a Mlejnas, hay más de lo que parece a primera e incluso segunda vista. Ojalá Reina Negra, este nuevo sello que publica ahora a Ramiro Sanchiz, mantenga esta línea. La ciencia-ficción local, en ambos márgenes del Río de la Plata, merece actualizaciones de esta inteligencia y calidad.