lunes, 31 de octubre de 2011

ENTREVISTA A @nmavrakis /

“Hay un valor en la negatividad, pero confundirla con negación es un error muy penoso”

Nicolás Mavrakis, conocido como @nmavrakis en twitter, es especialista en las nuevas tecnologías, que él ya llamaría con una mueca irónica “no tan nuevas”. Acaba de publicar #Findelperiodismo y otras autopsias de la morgue digital, una recopilación de ensayos que se puede descargar de forma gratuita, y aquí responde algunas preguntas sobre su libro.


¿Qué es y cómo se escribió #Findelperiodismo y otras autopsias de la morgue digital?

#Findelperiodismo y otras autopsias digitales es un eBook de distribución gratuita que reúne una colección de artículos y ensayos escritos entre 2009 y 2011 para distintos sitios online, pero sobre todo para uno de los que mejor se ocupa de surfear lo nuevo: Amphibia.com. Los artículos se escribieron al calor de lo instantáneo, de lo hiperreal: eventos mediáticos como el de la mina chilena en Copiapó –algo que hoy suena prehistórico–; la existencia preformativa de Wikileaks; la muerte simbólica y física de Steve Jobs; una buena serie de capítulos sobre el #findelperiodismo, es decir, sobre cómo las prácticas materiales y simbólicas del discurso periodístico –como espejo de un discurso cotidiano más vasto y con vínculos fácilmente trasladables a cualquier otra práctica social– necesitan transformarse y sumarse al flujo de lo nuevo, o se esclerosan, se ridiculizan y caen en el casillero vacío de una historia analógica superada. #Findelperiodismo y otras autopsias digitales es un intento por acercar una mínima lupa de instantaneidad y fugacidad a una web que se define en esos mismos términos. Por eso termina siendo un recorrido que, bajo el propio peso de “lo nuevo”, nunca está demasiado lejos de convertirse en una excursión a una cámara mortuoria. La edición del eBook la hizo el Centro de Estudios Contemporáneos, un grupo de amigos que también son escritores, periodistas, docentes, editores y productores de contenidos digitales, y que apuestan a poner en circulación digital algunos saberes horneados al calor de lo digital mismo. No hay reapropiaciones comerciales, no hay intermediarios en una “cadena de producción” al estilo industrial, no hay instancias que demoren el contacto con los contenidos. Sí hay muchos links y algunas ideas.

¿Cuál es el ensayo que más te gusta y por qué?

El ensayo que más me gusta es “Una viuda embarazada”. Me gusta mucho por el título, que es un remix del título de la última novela de Martin Amis, que a su vez es un remix de una frase de Alexander Hersen, un intelectual ruso del siglo XIX. «La muerte de las formas contemporáneas del orden social debería alegrar más que conturbar el espíritu. Lo pavoroso, sin embargo, es que el mundo que fenece no deja tras de sí un heredero sino una viuda embarazada. Entre la muerte de uno y el nacimiento del otro habrá de fluir mucha agua, habrá de discurrir una larga noche de desolación y caos». Es una frase muy potente, porque resume cuál es el clima exacto de la bisagra entre dos épocas. Supongo que la línea de ese remix y ripeo de la idea de una “viuda embarazada” podría indagarse aún más, y eso mismo es una forma de entender cómo funcionan, quiénes producen y quiénes consumen contenidos digitales. Cualquier arqueología terminaría resultando insuficiente e imprecisa, pero sobre todo inútil. Como sea, para entender qué es el #findelperiodismo –además de un hashtag de uso cotidiano en Twitter– sin dudas hay que leer ese ensayo. El otro ensayo que me parece interesante –y por interesante entiendo algo que aspira a provocar una discusión a su favor, y sobre todo, en su contra– es “Contra la aristocracia de la subjetividad”. Si los compartimentos del periodismo tradicional fueron abiertos por la tecnología digital, y si los agentes tradicionales del periodismo hoy ya no pueden sostener la legitimidad “natural” de su oficio –algo que ocurrió rápido y que cada vez se va a profundizar más–, lo que a veces parece constituirse es un grupo cerrado en sí mismo, que niega el afuera y sostiene la ficción de lo imperturbado. Eso es una aristocracia, encerrada ante la barbarie que domina sobre el amplio e inevitable exterior. Ahí también se discute la idea de la “crónica periodística” –algo que hace 5 años todavía pretendía “oler a novedad”, aunque fuera viejo– como un artefacto ya inconducente y tecnológicamente agotado. Hay que leerlo, pero se me ocurre un ejemplo instantáneo para entender el centro del asunto: desafío a que el cronista profesional mejor rentado y con la subjetividad perceptiva y las herramientas narrativas más complejas en su poder intente lograr con su cúmulo acotado de percepciones individuales algo que supere (ya sea en 400 páginas) los primeros 5 segundos de cualquiera de los videos silvestres de la captura de Muammar Kadaffi filmados por los rebeldes libios en YouTube. Ahí está la nueva crónica. Y eso suele dolerles mucho a los “cronistas profesionales” legitimados durante el siglo pasado.

¿Es posible pensar una nueva brecha digital ya no entre los que no pueden acceder y los que pueden acceder, sino entre los que no quieren acceder y los que acceden? (Apunto a que me digas algo sobre estos nuevos conservadores que se "oponen" a la web.)

La cuestión alrededor de la idea de “brecha digital” me parece agotada. Lo mismo que la diferencia entre “militancia territorial” y “militancia digital” en el terreno de la discusión política. No existe tal brecha. No existe tal diferencia entre los espacios. Existen capacidades limitadas de explotar el acceso a la red. Y ahí donde se pudiera constatar que efectivamente hay una “brecha digital” en términos materiales, estoy seguro de que la parte “digital” de esa brecha de privaciones sería la menos relevante. Aclarado eso, supongo que oponerse a la web es un acto patético que niega las coordenadas de la época. Es como esa gente que durante los últimos 25 años del siglo pasado criaba a sus hijos sin televisión. La historia reciente también demuestra dónde termina eso: las discográficas son el mejor ejemplo de qué pasa con la fantasía esquizoide de un consumidor que preferiría comprar un disco en un local cualquiera, en vez de bajarlo en su casa o escucharlo gratis online. Sin dudas, hay un valor en la negatividad, pero confundirla con negación es un error muy penoso. El mercado periodístico es siempre un buen lugar para analizar la ecología mutante de las conductas en la web. ¿Es conservador promocionar productos que todavía se imprimen nada más que en papel? Yo usaría otra palabra, más drástica y pedestre. La zona ambigua, en cambio, surge donde lo digital convive con lo analógico. La versión más triste de ese “caos y desolación” está en considerar lo digital como una plataforma subsidiaria de lo analógico: un buen ejemplo es usar Twitter para “promocionar” contenidos impresos que nadie va a molestarse en comprar y leer (excepto las personas que probablemente no tengan Twitter y que, en el mejor de los casos, consideren que comprar diarios y revistas es “romántico”). Ahí se define la tibieza torpe de los ignavi del periodismo tradicional, atrapados en la jaula de sus propias limitaciones. En el mejor de los casos, lo digital es lo analógico puesto en una función performativa: no te contamos lo que ya pasó, te contamos lo que está pasando, mientras está pasando y con la clara conciencia de que ese mismo rol “ordenador” es lábil, casi inútil y de tercer o cuarto orden a la hora de medir la arquitectura de los eventos. Esto está muy claro en cualquier red social: las audiencias producen, moldean y sostienen sus propios contenidos. Crean el acontecimiento, lo analizan, lo critican, lo agotan y pasan al siguiente. Aún así, todavía hay quienes se sienten satisfechos reivindicando el sentimentalismo “artesanal” de dedicarse a tareas obsoletas como tomarse el trabajo de pensar “qué le interesa al público”, del mismo modo que todavía hay mucha gente que sigue comprando televisores para mirar televisión. Ver cómo esas prácticas y sus discursos son arrastradas por la época es un ejercicio forense casi cruel.

¿Qué ventajas y desventajas ves en la edición digital?

La ventaja de la edición digital es que apuesta a trasladar un modelo de producción y circulación de productos culturales tan específicos como la literatura al mismo nivel de producción y circulación de productos culturales como la música (que fue la primera en digitalizarse) y el cine (que ya está casi por completo digitalizado). Entiendo por “digitalizado” el traslado absoluto hacia la web de un soporte y de todos sus códigos de aproximación y consumo. Por qué motivo la palabra escrita en formato libro llegó tan tarde a esta instancia sería otra discusión. Sin papel, sin aduanas, sin editores, sin agentes, sin derechos de propiedad intelectual, sin distribuidoras, sin volumen físico material, sin librerías, sin la grasa densa y envenenada de lo que es la cadena de producción editorial tradicional, la edición digital es la puesta en potencia de mil nuevas formas y efectos a explorarse. La contraparte, por supuesto, es que hay un modelo de negocios cuya lógica misma atenta contra todo el potencial libertario de la red, al menos en su versión más interesante y contestataria. Y aún así, eso será un problema de los dueños de cada uno de los eslabones de la cadena de producción editorial tradicional. Bajo el imperio de la web no se escribe menos que antes, se escribe más. Y si los músicos redescubrieron que las giras y los shows en vivo podían reencausar materialmente lo que la venta inútil de discos que ya nadie compra dejaba de producir, en el mejor de los casos seguramente los escritores –que suelen ser más interesantes que muchos músicos– inventarán algo con el mismo resultado.

¿Cómo va a ser, cómo te imaginás la cultura digital en diez años?

Si en diez años se vuelve absolutamente ridículo o inviable que alguien pretenda o logre colocar un sentido único sobre el resto de los sentidos, entonces todo lo que de “digital” tiene la cultura habrá servido realmente para algo. La horizontalización colectiva de los sentidos en la web es fascinante precisamente porque hace de lo individual y de lo minoritario una condición necesaria y nunca una condición excepcional. Usada de manera inteligente, la web elimina cualquier tentación de miserabilismo, de compasión y muchas veces de formas burdas del poder. El resto siempre es inmovilidad, falta de imaginación y narcisismo inútil, un campo de pastoreo donde residen nada más que los zombies y las #amasdecasa.