Se los cuento como me lo contaron a mí. Le hicieron una denuncia Taringa por violar derechos de propiedad intelectual. Y parecería que se le dio curso a la denuncia y la sentencia ya está firmada. Así que los administradores de Taringa, el sitio para compartir enlaces más importantes de la región, tendrían que pagar por infringir las leyes del copyright, ese instrumento de protección que surgió en Inglaterra hacia el 1700. (Ni Shakespeare ni Chaucer lo conocieron y mucho menos Dante, Cervantes o Molière.) Al parecer, lo que motivó la denuncia fue el link a unos libros del jurista Edgardo Alberto Donna. En el juzgado donde cayó la denuncia se armo bastante revuelo. No es para menos. Hay antecedentes directos. A fin del año pasado un ciudadano boliviano le hizo juicio al mismo sitio por los comentarios discriminatorios que sufrió uno de sus posts. No sirvió de nada que los dueños alegaran que Taringa era un ámbito comunitario donde los usuarios opinan libremente. Tuvieron que pagar veinte mil pesos por daños y perjuicios. Sin embargo, el eco que suena acá es la Ley Sinde. Bautizada con el nombre de la ministra de cultura española Ángeles González-Sinde, esta ley ya generó un grupo comando que va por la meseta castellana y aledaños incautando CPUs y cerrando boliches. Amador Fernández-Savater, editor y activista del CopyLeft, fue invitado –por azar o por error– a una reunión con la ministra para hablar sobre el tema de las descargas y escribió una crónica a la que tituló “La cena del miedo”. Se consigue en la web. Vale la pena.
¿Mirás series? ¿Descargás películas? ¿Bajás discos? ¿Usaste alguna vez el escaneado de un libro para preparar un examen? Entonces esto te toca. Pero no se trata solo de una práctica. Por atrás, hay un debate que ya es recursivo. Lo que se comparte es información. ¿La compartimos, no la compartimos, cómo la compartimos? La pelea se va polarizando, aunque estas batallas son parte de una lucha larga, estilo antigua guerra europea. (Cuando Carlos IV murió sin dejar descendencia masculina, Francia e Inglaterra comenzaron una guerra que duró 116 años; ya en el siglo veinte se habían acortado los tiempos y a Europa las diferencias bélicas le duraban un lustro más o menos.) Todas las guerras, incluso las más religiosas, tienen un trasfondo comercial. Así que me pregunto: ¿Quién resigna los beneficios? ¿Son los artistas, migajeros de la industria global del espectáculo, los que van a perder? ¿O son sus empresarios, sus chulos, productores y managers, que convencen a todo el mundo de que viajar en clase turista resulta inadmisible?
Mientras esto sucede en los oscuros pasillos de los juzgados porteños, lejos del centro, en unas oficinas de Villa Crespo que recuerdan mucho a las empresas de garaje de fines del siglo XX, dos amigos producen aplicaciones para teléfonos móviles inteligentes que no copian la idiosincrasia estática de las plataformas de la web. DigitalAttack.net intenta explorar “las potencialidades comunicacionales que abre la proliferación de smartphones y el impacto de la mobile style life en la vida cotidiana”. La lógica es simple. Las pantallas domésticas quedaron hoy demasiado grandes. En estos años vamos a ver cómo la comunicación cotidiana sale de la computadora hogareña y se instala en dispositivos portables. Los adolescentes van a consultar su facebook en el subte y van navegar para hacer la tarea muy lejos del lastre y la supervisión adulta de la computadora comunitaria de la casa. El viejo teclado periférico USB lleno de teclas inertes va a dejar de existir o quedara para los nostálgicos. Los nuevos soportes y dispositivos demandan nuevos usos. En Kiki, la excelente novela autobiográfica de la artista conceptual cordobesa Cuqui, el celular ya se describe como un aparato erótico. Dentro de poco también va a ser la principal brújula, el gran narrador y protagonista de la vida social de la ciudad. Y mientras los dispositivos se fabrican en China o en Taiwán, ¿quién va a proveer los sistemas operativos? DigitalAttack.net es valioso porque propone estar un paso adelante en la discusión de estos insumos.
Termino con dos citas. Evander Holyfield, el boxeador de la oreja mordida, le dijo una vez a la revista Esquire: “Los fallos son fáciles de corregir, pero los hábitos… Amigo, ahí sí que hay trabajo para hacer”. Y Arthur C. Clarke, mientras amaba adolescentes en Sri Lanka, avisó: “En el siglo XXI los analfabetos van a ser los que no sepan aprender cosas nuevas”. Discutir el modelo productivo de un país tiene que ver con discutir estos temas. A no engañarse. Ya no se trata del futuro, sino del presente, que tiene la cara en una pantalla.
(Publicado en El Guardián, marzo del 2011.)