viernes, 18 de abril de 2008

El martes 15 de abril a la noche Buenos Aires se llenó de una niebla blanca y espesa. Pero en la televisión decían que no era niebla. Era humo. Al sur de Entre Ríos, la quemazón de pastos, una técnica de desmonte que tiene unos 5000 años, se les había ido de las manos. El área afectada era de tres veces el tamaño de la ciudad. Para el miércoles a la noche el saldo de los accidentes ocurridos en la ruta 9 era de diez muertos. La ruta se había cerrado, se habían restringidos los accesos a la capital y de la terminal de Retiro no salían los micros que iban hacia el norte. La visibilidad era mínima. Los edificios desaparecían atrás del humo. El jueves los aeropuertos no operaban. El viernes al mediodía me llamo Volodia. Estaba preocupado.
— ¿Vos habías visto esto antes?
Le dije que no. Todos los medios hablaban del humo.
Era gracioso escuchar los comentarios que se hacían en la radio. Había algunos brotes paranoicos que no tenían desperdicio. Pero lo noté mal a Volodia y la verdad era que yo tampoco sabía muy bien cómo venía la cosa. El sitio de Clarín avisaba que era posible que la situación continuara así unos días.
— No te preocupes —dije.
— No estoy preocupado.
Pero era mentira. Lo escuchaba nervioso. Nunca lo había escuchado así antes.
— La gente tose mucho en la calle —dijo en un momento.
— Están somatizando.
Todos los porteños se habían vuelto asmáticos de la noche a la mañana. Los paisajes que se veían eran raros, eso lo acepto. Me imaginé a todos los escritores, recluidos en sus cuartos, tipeando, usando el humo como un efecto de película clase B para una historia de amor y desenuentros. Como metáfora para poner en un libro, el humo era malísimo. Peor que para respirarlo.
— ¿La gente no somatizaba en Rusia?
— No, creo que eso pasa solamente en los países capitalistas.
Le volví a decir que no pasaba nada.
— El servicio meteorológico dijo que si cambia el viento, se soluciona.
— ¿Si cambia le viento?
Me quedé callado.
— Eso decían en Chernobyl.