Era raro, porque, por un lado, teníamos esa urgencia de hacer, de vivir, de poner el auto a ciento treinta en la ruta, y por el otro lado, estaba esa tendencia a colgarse, a disfrutar de la charla en el vestuario después del partido, a quedarse mirando el cielo hasta que se hicieran las seis de la mañana. Supongo que son los procesos de la amistad, eso que se da cuando conectás con alguien, con un grupo, cinco o seis pibes, hablando de rock, de imposibilidades ajenas, de política, de la galería que está enfrente del colegio donde venden remeras estampadas y hacen tatuajes de dragones.