La revista Ñ tiene debilidad por las caras viejas. En su sitio web siempre encuentro ojeras, arrugas y pieles ajadas. David Viñas, Vargas Llosa, Kawabata, Laiseca, muchas fotos en blanco y negro. Cada tanto se cuela un rostro diáfano, pueril, con una guitarrita, algún cantautor de Palermo, joven promesa. La constante, sin embargo, es la mirada cansada y reflexiva de la madurez. ¿Entienden los editores de Ñ que esta es la cara de la cultura? ¿O soy yo el que ve eso, obsesionado por la muerte? Hace unas semanas, la revista cultural más importante de la Argentina empezó a publicar en fascículos el libro Los nuestros de Luis Harss, que no conocía edición reciente. La selección incluye ensayos sobre Borges, Carpentier, Onetti, Fuentes y Cortázar, entre otros. El libro es meritorio por muchas cosas. En su momento, Los nuestros recortó y organizó un corpus nuevo, o casi nuevo, y un corpus nuevo o casi nuevo siempre implica una manera diferente de leer. En este sentido, aunque no es una historia de la literatura, Los nuestros ofrece un mapa válido que puede ser entendido como el eslabón perdido y transnacional entre de los primitivos esfuerzos críticos de Ricardo Rojas y el disruptivo Literatura de Izquierda de Damián Tabarovsky.
Los ensayos de Harss no son biografías, ni lecturas críticas, ni monografías. Más bien decantan en retratos donde los libros se mezclan con las anécdotas y las lecturas con conclusiones impresionistas. Sin herramientas conceptuales más allá de una biblioteca latinoamericana bastante completa –que en el 66 no era poca cosa–, Harss parece movido más por la empatía y la promoción que por el deseo de saber. Su estilo cae en lo cursi y casi siempre es pomposo. Usa “Ángel Gabriel” para referirse a García Márquez y lo describe como un “cauteloso tesorero entre sus joyas nocturnas”. Cortázar “es una renovador incansable que se reinventa a cada paso” mientras “despliega su plumaje como un pavo real”. Miguel Ángel Asturias “es un titiritero infernal que en la pesadilla cotidiana ha sabido encontrar el amor brujo y la divina comedia”.
Armando su libro en base a entrevistas, Harss insiste con la aberrante práctica –hoy tan vigente– de pedirle al autor que opine sobre su obra. También cuenta un poco las tramas, describe los personajes, pero sobre todo empieza a construir la figura de los seleccionados como la conocemos hoy. Quizás por eso Los nuestros está lleno de lo que hoy son lugares comunes de la crítica. Rayuela fue escrita por toda una generación antes que por un autor; la gran influencia de García Márquez es Faulkner; Rulfo “es como su tierra: prematuramente envejecido, ojeroso, descarnado”. Errores metodológicos sobran. Por ejemplo, Harss es especialmente receptivo a toda la parafernalia mística superyóica de Cortázar, lo cual no beneficia a Cortázar, pero mucho menos a Harss. Y los títulos de los capítulos resultan toscos: “Gabriel García Márquez o la cuerda floja”, “Julio Cortázar o la cachetada metafísica”, “Juan Rulfo o la pena sin nombre”. Como fuere, el perfil de García Márquez termina con la promesa de Cien años de soledad a publicarse con “una genealogía y una tabla cronológica”. La intuición de incluirlo no pudo ser más acertada. Así Harss, lector informado y atento, es antes un cronista, un excelente publicista, que un crítico.
Así las cosas, vale la pena preguntarse, en este 2011 que nos toca, Los nuestros ¿de quién son? ¿A quiénes pertenecen? Cuando Harss publicó su libro había una apuesta. En su título puede leerse: “Estos son los nuestros, los latinoamericanos, los que ustedes no conocen”. La frase iba dirigida tanto al lector foráneo, europeo o estadounidense, como al compatriota desinformado o snob. Sin embargo, en la actualidad, con la excepción quizás de Miguel Ángel Asturias, todos los autores seleccionado se enseñan en el colegio secundario. Por eso lo que en su momento era desparpajo y vitalidad, hoy es melancolía. Lo que antes era renovación, hoy es lento y confirmado canon. Profético en muchos sentidos, el título en inglés del libro fue Into the mainstream. Y todos llegaron. Ni uno solo quedó en el camino. Publicar Los nuestros por entregas es un gesto nostálgico y conservador, pero la iniciativa saca a Ñ de su recursiva idea de “lo básico”. García Márquez Básico, Cortázar Básico, Rulfo Básico. La revista está plagada de esas pastillas donde todo nombre propio es seguido de la palabra “básico”. Por eso celebro la iniciativa de los fascículos y espero ansioso la salida de los que faltan. Sin embargo, también exijo más. Ñ debería continuar esta práctica y seguir con las separatas. La próxima serie podría ser sobre escritores contemporáneos. De alguna forma, es una deuda que la revista tiene con sus lectores.