Hace unos días pasé por la Fundación Proa a ver la muestra Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido. El recorrido empieza en la calle con Maman, una araña gigante hecha en bronce y acero inoxidable. Es una pieza que intimida. Mientras nos exhibe su vientre y sus huevos blancos, bajo sus patas nos sentimos protegidos y amenazados a la vez. La muestra, según el folleto “propone pensar los equivalentes plásticos de los estados psicológicos”. Desde luego el tema es más complejo. La araña madre, para el caso, es tan psicoanalítica como mutante, tan diván como ciencia-ficción. Después, sí, en la sala principal, hay unas formas en madera negra que recuerdan las máscaras africanas de los consultorios psi. Mujer espiral, una pieza en bronce de 1984, tranquilamente podría amenizar una biblioteca lacaniana. Pero no todo, insisto, es para decorado de despacho.
Con ánimo de retrospectiva, El retorno de lo reprimido combina tela con piedra, fotos e instalaciones con trabajos sobre papel. Pero, de todo lo que se expone, es en lo escultórico donde mejor se identifica esa mezcla de deseo y castración, de fetiche y fobia, que es parte fundamental del repertorio psicoanalítico. Bourgeois ofrecen figuras antropomórficas fragmentadas, formas orgánicas que alternativamente son senos, glandes, vulvas o garras. Destaca el trabajo sutil en Figura Cuchillo del 2002 y el muy bello Arco de histeria de 1993, que recuerda los bocetos que los discípulos de Charcot hacían de las mujeres de la Salpétriêre.
En el centro de la muestra, bien planteada por su curador Philip Larrat-Smith, están La habitación roja de los padres, en una versión erótico-carnívora de 1994, y La destrucción del padre, de 1974, más sosegada desde lo visual pero no por eso menos inquietante. Muchos de los textos de Bourgeois, que viven en los intersticios de la muestra, suenan adolescentes, incluso aniñados. Pero algunos terminan de perfilar su aventura estética donde los fragmentos de nuestra pequeña neurosis nos son devueltos, tamizados por la subjetividad de la artista y hechos materia. Hay un humor muy puntual en la obra de Bourgeois. Una ironía muy fina que interpela directamente al sujeto porteño psicoanalizado. Aunque su influencia esté presente, no se trata de los experimentos surrealistas. Más bien la escultora se ríe un poco de la abstracción intelectual del psicoanálisis y transforma ideas en objetos concretos. Más allá de alguna ilustración ingenua –no me gustó por naif y literal El niño reservado, del 2003– El retorno de lo reprimido logra un diálogo productivo entre teoría y arte.
Bourgeois trabaja, entonces, con el psicoanálisis, un discurso decisivo del siglo XX. Según Carlos Correas el otro sería el cinematógrafo. De hecho, es posible pensar El retorno de lo reprimido como una prima hermana de El Capital filmado por Alexander Kluge. Finalmente Bourgeois también transforma el arte en herramienta para comentar, antes que ilustrar, una disciplina “científica”. Así, me pregunto, ¿y si pusiera su talento en otro discurso? Por ejemplo, ¿cómo sería una muestra que trabajara sobre el campo intelectual argentino? ¿Quién sería la Gran Madre Araña Argentina, madre de todas las madres, protección y amenaza? En otra época habría sido la crítica, juiciosa, exigente, altanera. Hoy la crítica estaría más cerca de un muñeco de trapo con la cara vendada en un costado polvoriento. ¿La madre, entonces, son los editores y los catedráticos? ¿O los medios de comunicación? La Universidad de Buenos Aires daría una buena araña, o mejor un pulpo, cuyos húmedos tentáculos se estiran y nunca se cortan; alrededor le nacerían sus hijas díscolas, la universidades nacionales, tuertas pero vigorosas. La televisión estaría a un costado transmitiendo lluvia gris, mientras en el centro pondríamos un monitor que a medida que nos acercamos se achica. Un bandoneón pintado de naranja sobre una silla de madera comentaría, literal, nuestro apego nostálgico a una tradición de la que dudamos. ¿O mejor filmar a una pareja de poetas desnudos bailando una zamba? Sigo: ¿Hay alguna figura icónica sobre la cual trabajar el resentimiento? ¿Cómo corporizar una Buenos Aires que –lo dijo bien Maxi Tomas– se convirtió en la capital mundial de la mala leche? ¿Podríamos empotrar una jaula vacía y titular la obra “Nuestra esquizofrenia del conocimiento”? A la cabeza de todo, yo ubicaría Civilización Occidental y Cristiana de León Ferrari, quizás una de las piezas artísticas más incomprendida y sobrevalorada del mundo. Pero no la original sino una copia irónica, como el Quijote de Menard. Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido se puede ver hasta el 19 de junio. El campo intelectual argentino nos acompañara, para gracia o desgracia de sus habitantes, un poco más.