Me mandan un mail preguntándome en qué veo que Fontevecchia sufra un complejo de inferioridad. La respuesta larga está llena de ejemplos divertidos y siniestros al mismo tiempo. La respuesta breve sigue este razonamiento. Fontevecchia no dialoga con ninguno de sus empleados. A veces, crea la ficción del diálogo para manipularlos, para dejarlos tranquilos o porque está de buen humor. En su empresa, desde el gerente hasta el último diseñador tendría, hipotéticamente, que responder a sus órdenes y respetar todas sus decisiones. Lejos de ser el intelectual y comunicador que él mismo dice ser, Fontevecchia se recluye y se impone, no discute, ni da explicaciones y ni entra en diálogo con nadie. Un tipo seguro de sí mismo no tendría ningún problema en intercambiar puntos de vista, aceptar críticas y eventualmente perder una discusión. Pero el liderazgo de Fontevecchia no funciona así. Por eso en Perfil se paga muy bien la obsecuencia. En el dominical del que fui parte los puestos jerárquicos estaban ocupados, generalmente, por tipos que sabían decir que sí antes que por profesionales responsables y eficientes. En algunos casos, con mucha sorpresa para mí, las dos cualidades se daban en una sola persona. Este esquema se repetía en las otras áreas de la empresa. Los que trabajaron ahí lo saben. Los que todavía trabajan, también.