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Si la película la filmaramos hoy, yo sería el amigo del vaquero, que tiene diez años y lo espera, con el sombrero de paja, sentado en la tranquera, mirándo el horizonte, listo para gritar: "Vamos Vaquero, vamos una vez más, que todos los helicopteros del mundo están muertos, que el baterista tiene resaca y la guitarra, cuerdas nuevas y hay que ablandarlas para llegar tensos y cocidos a Chicago".