jueves, 31 de marzo de 2011
lunes, 28 de marzo de 2011
sábado, 26 de marzo de 2011
Lo amargo y lo dulce, apostillas
viernes, 25 de marzo de 2011
Ricardo Piglia, César Aira, lo pequeño y lo banal
jueves, 24 de marzo de 2011
"Para no olvidarse y tener memoria, el ruido es mejor que los minutos de silencio"
miércoles, 23 de marzo de 2011
domingo, 20 de marzo de 2011
Juicio a Taringa: La guerra digital de los cien años recién empieza
domingo, 13 de marzo de 2011
- juanterranova Y no, no me afanó, a mi no me afana ningún negro de mierda. Salí corriendo como el correcaminos. #Nomuyvaliente2 minutes ago via web
- juanterranova Ayer fui a ver a El mató y hoy un groncho me amenazó con un 32 corto desde una bicicleta para afanarme.#raraironía #gronchodemierda
sábado, 12 de marzo de 2011
Una breve arenga al gremio de la opinología
La historia ya es vieja. Vargas Llosa viene a inaugurar 37º edición de la Feria del Libro. Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, escribe una carta pidiendo que no lo haga. Escándalo. La presidenta CFK le dice a González que se deje de joder. González, entonces, escribe una segunda carta desdiciéndose de la primera. En el medio, mucha gente trata de aparecer en cámara. Primera impresión: ¿Tan controversial es Varga Llosas? ¿Tanto hay que defender la libertad de expresión? Cada vez que opina de algo más o menos político, el escritor peruano subestima a todos y en especial a sí mismo. ¿Qué arrastre puede tener hoy en nuestro electorado, en nuestra conciencia, en nuestra civilidad? La idea de que inaugurando la feria del libro modifique o dañe algún tipo de construcción política, civil o sanitaria es ridícula. De existir el “mesianismo autoritario” del que habla González en su primera carta, sería para reírse. Luego agrega que Varguitas “ofende a un gran sector de la cultura argentina”. Pero la verdad es que el novelista es un demodé que no encaja en la región. Como candidato, fracasó. Como operador político dice gansadas. La señora presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo agarró al vuelo. Abrió el año político con un excelente discurso y le sobró tela ¡para garantizar la institucionalidad de la Feria del libro!
Llama la atención la ansiedad de los progres. ¿O es que le faltaban algunas páginas a la fotocopia del El Arte de la guerra? Si se querían accionar sobre Varga Llosas había que recibirlo, que hablara y después, en caso de que sacara los pies del plato, darle el merecido mazazo con un clásico movimiento de retroceso, espera y emboscada. Alcanzaban dos editoriales y una cadena de mails. Pero salir a cortarlo de base desprotegió el flanco para la indignación idiota –esa la conocemos– y encima después quedaron recontrapagando. Insisto: Si Varguitas se clavaba un exabrupto contra Cristina, ganaba Cristina. Si hablaba del “flagelo de Internet” y cómo le duele que se haya perdido el viejo y ocioso arte de la novela, no pasaba nada. Por lo pronto, el peruano le dijo a Clarín que ahora la situación lo obliga “a hablar de política” y recordó que la Biblioteca Nacional tuvo como directores a “la mejor tradición argentina”. Cita a Lugones y Borges, se olvida o no conoce a Hugo Wast. En fin. El melodrama tendrá otro capítulo.
Mientras tanto, el caleidoscopio de boludeces a las que nos sometió el campo intelectual sub 70 resultó feroz. “Me produjo una enorme indignación” le dijo José Pablo Feinmann a La Nación. En Newsweek, Martín Caparróz, en la peor columna de su vida, le escribió a González: “Disculpame que te diga que tu gesto me parece autoritario”. Noé Jitrik, con voz de ultratumba, sentenció en Página/12: “Pero si es peligroso politizar lo literario, como es el caso, también lo es comercializar la literatura”. Mempo Giardinelli, paranoico, vio conspiraciones. Hacer la lista completa me entristece. En su último y excelente libro, El acorazado Potemkin en los mares argentinos, editado en el 2010 en la fundamental colección Puñaladas de Colihue, González dice en relación a su educación católica: “Se equivocan los que creen que el acto pedagógico es provocar entusiasmos. El clero lo sabe con largueza: es saber provocar decepciones”. Está polémica, entonces, me resultó intensamente pedagógica.
Y digo: Festejo la reciente designación de Gabriela Adamo como la nueva directora de la Feria. Apenas asumió dijo que quería hacerla más internacional. ¿Nadie pensó en eso? A las ferias, señores, se va a comprar. Y el último premio Nobel es un gran acierto comercial. Quintín lo dijo enseguida en su blog, hoy de capa caída. Luego le pifió por mucho cuando vaticinó que Varguitas sería finalmente censurado. Como a tantos, la presidenta le tapó la boca. Termino con una breve arenga al gremio de la opinología: Colegas mayores y muy mayores, dejen de plantarles agendas falsas a los medios. No sean tan atolondrados. Convenzan a sus editores de que hay temas más urgentes. Tenemos que discutir si la AUH va a ser ley, tenemos que bajar el precio de los libros, tenemos que hablar del aborto libre. Tanto se cita la defensa del modelo, ¿pero cuál es el modelo? ¿Venderle soja a los chinos? Defender o atacar a Vargas Llosa no es importante. Estoy convencido de que hoy el modelo se tiene que discutir alrededor de la tecnología. Si nuestros editores compran escándalo, armemos un buen escándalo alrededor de estos temas. Porque si tenemos estos temas bien presentes en la agenda, nos va a dar lo mismo si la feria del libro la inaugura Ronald Reagan, el Tío Rico, Jean-Marie Le Pen o Alejandro Biondini y los siete militantes trasnochados del Partido Nuevo Triunfo.
Mala suerte
Vamo'a faltarnos el respeto.
Mira, yo... quiero un hombre sin complejo.
Que tenga buenos reflejos,
pa' ver como se hace viejo.
Miro el horóscopo pa' ver que me depara,
cuando me pongo perra tu nada me para.
El chabuque esta de mi demonium
me tienes con insomnio como plaga
(con picante como tica masala)
Yo soy mas bien normalita,
¿OK? una mijita honrada.
Llevame a la cueva de los pelos arrastrando,
no me dejes ni hablar.
Si tengo la oportunidad de agarrarte como quiero la presion
(la presion)
se te va a disparar.
Onde no a prova'o baca'o es la prueba de que na'
de que na' na' se puede comparar con mama hay pápa
Estoy haciendo lo posible cada vez que me proyecto
YO NO TENGO EDAD.
Soy como el amó vamó a morir en el intento.
Si tu quieres nos ponemos contentos,
al ratito fuerte
(al ratito lento)
Me sabe mejor lo que no me da
que lo que me da hay pápa
de lo que tu tiene pa' mi,
tengo que gritar yo estoy en libertad,
vamo a ponernos a llorar.
Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.
Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.
Oye flaca estoy sudaca,
quiero tener sexo con caca.
kinky peludo como chubaca,
quiere tener sexo puerco sucio como de inodoro.
Oriname en el pecho,
te lo juro que yo te enamoro mi tesoro.
(escupeme en la boca)
Mientras me agarras las tetillas,
con solo verte las rodillas yo me lubrico
(hay que la tienes muy pequeña chico)
Pero eso lo sabe tu na'má' y ahora todo Puerto Rico.
Cuando lo hundo hasta lo mas profundo
me vengo rapido como en...
(5 segundos)
Pero no te me ponga violenta
que este caballo representa
y el primer polvo no cuenta.
Por ahi va el burrito savanero,
pa' malcalte pa' to'a la vida como cicatri de pandillero.
Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.
Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.
Vamos a hacerlo 7, 8, 9 veces,
te voy a sacar a pasear por la "Calle 13".
Pa' que vea los arbolitos, los pajaritos y que...
de una vez me chupes el pito.
Yo te quiero decir cosas bonitas
mamita pero no me sale,
es que yo fui criado por los animales sin modales.
(mamando teta de orangutanes)
Yo me quiero poner romantico
pero si tengo que cruzar el atlantico,
pa' darte pa'bajo, lo cruzo nadando
por el agua resbalando
mientras voy fumando, mi amol.
Te vo'a cantar una cancion de cuna
pa' que rompas fuente,
una lagrima pa' que le llegues a la luna,
y cuando bajes te preparo arroz con tuna.
Vamo'a faltarnos el respeto
usando el alfabeto completo.
Vamo'a falfarnos el respeto
usando el alfabeto completo.
Me sabe mejor lo que no me da
que lo que me da hay pápa
de lo que tu tiene pa' mi,
tengo que gritar yo estoy en libertad,
vamo a ponernos a llorar.
Oyeee anormal jaja, que ya?,
cabrona!, desgracia'o!, estupida!,
mal polla!, perra!, huevon!,
imbecil!, jinetero!, tu caca!,
ambrusio!, mala!, Calle 13!, mala!
Calle 13! mala mala!, Calle 13!, mala?
viernes, 11 de marzo de 2011
Descubren en un estudio de ADN cómo el hombre perdió las espinas del pene
10/03/11 - 09:47
Fue hace millones de años por un cambio genético. Servían para asegurar la relación sexual y reducir la capacidad reproductiva con otros machos.
Etiquetas
Los chimpancés aún las conservan, pero los hombres las perdieron hace millones de años. Un estudio de ADN de la Universidad de Standford explica que los varones tenían espinas en el pene, pero que las perdieron como parte de su evolución.
Según informa el diario Público de España, tener espinas en el pene les traía a los hombres varios beneficios. El primero, aseguraban la relación sexual y reducían la capacidad reproductiva de la mujer con otros machos. Es que las espinas arrancaban parte de la piel vaginal y evitaban posibles encuentros amorosos con otros machos. Además, servían para retirar tapones de fluidos dejados por otros hombres para dificultar su acceso.
Todas estas consecuencias tienen que ver con la intensa lucha física que había entre los machos a la hora de competir por una hembra fértil. Con el tiempo y la evolución, los hombres las fueron perdiendo y eso ayudó a que las relaciones sexuales humanas fuesen más largas.
La revelación la hizo un estudio genético que aportó un catálogo de ADN perdido durante la evolución que ayudó al ser humano a deshacerse de los pinches y desarrollar un cerebro más grande. "El hombre perdió sus púas en algún momento entre su divergencia con los chimpancés, hace seis millones de años, y antes de 600.000 años atrás, cuando nuestro linaje se separó de los neandertales", explicó David Kingsley, uno de los investigadores de la Universidad de Stanford (EE.UU.) publicado por la revista Nature.
Los chimpancés, los parientes más cercanos del hombre, aún las conservan. "De hecho, los miembros erizados han sido un rasgo compartido por ratones, perros, gatos y muchos otros mamíferos durante miles de años de evolución, aunque no se ha podido demostrar para qué sirven esos pinchos, ni por qué el hombre los perdió", dice el diario español.
Los especialistas de Standford se centraron en unas partes del genoma que se conocen como ADN basura y que se pensaba que no tenían ninguna función.
Tras comparar al hombre con chimpancés y neandertales, los investigadores descubrieron que estos últimos parecen haber perdido los mismos interruptores genéticos que los hombres, "por lo que tampoco tenían espinas en el pene", aseguró Kingsley. Se trata de una parte del genoma que sí funciona en los chimpancés y por la que conservarían las espinas.
miércoles, 9 de marzo de 2011
Genovese sobre el #PijazoGate
martes, 8 de marzo de 2011
Me das miedo, Lucía
Para María Bayer y María Moreno,
por motivos distintos.
A veces te toca el dolor.
Una novia te ata las manos a la espalda y te chupa las orejas. Después, te sacude un golpe en el estómago. Tiene la mano pequeña como una ciruela, pero igual duele. Es una experiencia que no se olvida.
Sobre el sadismo uno escucha historias todo el tiempo. El tipo al que le pusieron un candado en las bolas en su despedida de soltero y después el pito se le secó como una rama. El tipo que jugando a la asfixia apareció sentado en el inodoro, el culo metido en la taza, las rodillas a la altura de las orejas y la cortina de baño alrededor del cuello. El tipo que pidió un taxi boy a domicilio, lo ató, le vendó los ojos y lo tuvo encerrado durante veinticuatro horas, pasándole un cuchillo de cocina por la cara.
Con el masoquismo es diferente. Se cae muy fácil en la risa y en el ridículo. La gente es así. Se puede imaginar a sí misma dando dolor y sintiendo placer con eso. Pero recibir dolor es más complicado. Les da vergüenza, los violenta. El sadismo es algo que se aprende con la educación elemental. De ahí a desarrollarlo es otro tema. Con el masoquismo es diferente. Crece fuerte, como una enredadera en la sombra.
Para empezar hay una idea general bastante errada sobre el masoquismo. La imagen del cuero, el látigo de siete puntas y el acero cromado. Eso es simplista. Es como hablar de sexo vía Disney: fantasía, películas y dibujos animados. Las mujeres pueden usar el cuero para seducir, pero los disfraces de dominadora neo-nazi, por lo general, dan un poco de risa.
Una vez tuve una novia que estudiaba sociología. Era muy bella. Y estaba loca. Hicimos el amor por primera vez, parados, contra los azulejos helados de un baño. Entre otras cosas, me metió el dedo anular de la mano derecha en el culo. Era un baño en invierno en una quinta a la que nos habían invitado a comer un asado. También tuve una novia veterinaria. Una vez examinamos juntos una vizcacha muerta por casi cuarenta minutos. Le sacamos las tripas con una cuchara. Tuve otra novia estudiante de medicina que se ponía un delantal con olor a formol y me contaba sobre las disecciones. Tuve una novia que trabajaba en una agencia de publicidad. Veinte horas por día en una oficina haciendo campañas de zapatillas, celulares y autos. Pesaba cincuenta y siete kilos pero en la cama era como una prensa hidráulica.
La estudiante de medicina me confesó una vez que cuando traían los cuerpos en la clase de anatomía no podía dejar de mirarles los genitales. “Una vez me quedé sola en el salón de disección y me contuve para no meterme la verga de un muerto en la boca.” El olor a cloroformo la hacía volar.
Lucía, sin embargo, era diferente. Un día me cortó las uñas de los pies con una tijera que casi no tenía filo. Parece tonto, pero los ojos le brillaban. Nos encontramos por primera vez en una fiesta. Hablamos mucho hasta que ella me dijo que me estaba repitiendo. Nos fuimos a su casa, me clavó las uñas en la espalda y me dejó marcas. Anoté su teléfono en un papel. Nos empezamos a ver seguido.
Su departamento tenía un solo ambiente, grande y un ventanal por donde se veían las luces de la ciudad. Lucía trabajaba en un museo.
— Sabías que estudié en
Yo no sabía.
— Pero en realidad nací en Posadas.
Una vez estuve en Misiones. Los mosquitos eran grandes y vidriosos. Te perforaban la piel con una indiferencia grosera. Después, a rascarse las ronchas hasta que salga sangre.
— Es una ciudad de mierda, pero la gente es más liberada que acá —decía ella.
Un día me mordió, me hizo doler y después fue hasta la heladera y trajo un pedazo de hielo. Me contó que había visto una película donde una prostituta le metía un pedazo de hielo en el culo a un cliente.
El masoquismo no es una hoja de afeitar en la planta del pie, no es un destornillador en la oreja. Está más cerca de leer por obligación autoimpuesta a los viejos escritores de siempre. Arrancarse la piel que rodea las uñas con los dientes. Freírse al sol. El placer de aguantarse y hacer pis con la vejiga a punto de explotar. También los parientes que nos llaman a la una de la mañana, llenos de ansiolíticos, y nos dicen que se les acabó el Rivotril y nosotros los atendemos, y los escuchamos y los dejamos hablar. O también nos exponemos con suavidad al taxista que narra con lujo de detalles cómo le cambia los pañales a su madre enferma de Parkinson y cómo le sostiene el duchador para que se bañe. Todos somos el yunque donde se descarga el martillo en algún momento. Pasarse el hilo dental y hacer sangrar las encías. Refregarse los ojos. El ruido, las discos llenas de gente transpirada, la humedad fría, el alcohol, las pastillas, la música a un volumen insoportable. El talento punk no es sádico como piensan muchos. Es masoquista. Por eso los alfileres, el pelo rapado y la ropa de segunda con agujeros y parches. Cuando uno comprende el dolor, la energía que se libera es impresionante.
Pero sobre todo el masoquismo es la gente que va a los talk-shows, los que se anotan para los realitys, las mujeres panelistas en los programas de la tarde, el público de los concursos, los artistas maltratados en programas de chimentos, las modelos anoréxicas, los famosos de cabotaje que se indignan porque muestran fotos suyas drogados, ebrios o desnudos.
Hay mujeres que prefieren dejar insatisfecha a su pareja de turno antes que ser reducidas a objeto de placer. (Es historia conocida: deja a su marido que es contador, se casa con su amante que es abogado y lo engaña con el jardinero.) Bueno, Lucía era todo lo contrario. No sólo ella se reducía a objeto de placer. También reducía todo lo que la rodeaba a objeto de placer, incluido yo. Como un Midas de bazar, en sus finas suaves manos los músculos se transformaban en vasos de vidrio irrompible que merecían ser puestos a prueba. ¿Vieron la película coreana Mentiras? Bueno, nuestra relación era parecida a eso. Teníamos una vara de mimbre. Y a veces era yo el que le dejaba las nalgas ardiendo. Es impresionante la temperatura que puede levantar la piel. Y el placer de sanar es inmenso. Empieza apenas unos segundos después del último golpe.
Algunas tentaciones nos angustian por su novedad. A veces el goce se vuelve algo insoportable. Besar un moretón, lamer una herida.
— Me das miedo, Lucía —decía yo por teléfono, mientras me preparaba para salir a verla. Porque al final nos da mucho placer la idea de que es posible lastimarnos. Se sabe. La conocida historia de los objetos peligrosos adentro de los objetos inocentes. Un dedo en un pote de crema, un ratón en una sandía, una jeringa en una butaca de cine, estiércol en una lata de Pepsi, un preservativo usado en el bolsillo de un pantalón que te estás probando en el negocio de un shopping. Necesitamos contar que, cuando nos relajamos, hay algo ahí dispuesto a modificarnos de alguna manera negativa.
Los hombres y las mujeres disfrutan con eso. Disfrutan peleándose con el cajero del supermercado chino, incitan a su perro a defecar en la vereda ajena para ser castigados, levantan el volumen de la música para autopunirse en la persona del vecino que no puede dormir. A veces lo límites se rompen. El vecino tuvo un mal día y se le va la mano. Alguien saca un arma. Hay dos o tres muertos. Es cuento conocido.
¿Quién no se convierte en un adicto? El maníaco-depresivo que es gerente de una multinacional y no para de trabajar, el ex fumador fundamentalista en la lucha contra el tabaco, el yonqui que deja las drogas duras por la pasión católica.
— Sustitución de dependencias —decía Lucía.
Y agregaba:
— Todos dependemos de algo.
Después me preguntaba si no me seducía la idea de que ella me metiera la mano entera en el ano. Podríamos calentar la hoja de un tramontina en la hornalla y ver qué pasa. A los dos nos gustaba el acero y yo seguía yendo a verla. La llamaba y pasaba por su casa después del trabajo.
Un día de muchísima humedad dijo que tenía ganas de atarme a una antena de televisión que había en la terraza. Hacía calor y era verano. Subimos descalzos. Para mí el asunto se pasaba de banal. En la terraza las antenas parecían un cementerio mal cuidado. Lucía me explicó que salvo por dos viejas mellizas que vivían en el segundo piso, todo el mundo tenía cable.
Buscamos un lugar alejado de la puerta. Era una terraza típica de edificio. Sucia, amplia, con sogas para tender la ropa y baldosas de color ladrillo. Ella me pidió que me subiera a una pared. Del otro lado no había nada y estábamos a cinco pisos de la calle. Las esposas hicieron un ruido seco cuando las cerró. Nos besamos y jugamos a desnudarnos. De repente, se escuchó un trueno. Vi nubes negras en el horizonte. Los rayos empezaron a caer primero lejos, después más cerca. Caían los rayos y después se oían los truenos y todo retumbaba. Empezó a llover. Primero unas gotas. Pero enseguida vi como se formaba un charco inmenso alrededor de mi remera negra con el logo de Harley Davidson que había quedado tirada en el piso. El agua me empezó a correr por la cara.
Le pedí a Lucía que me soltara y sonrió.
— Te voy a dejar toda la noche acá —me dijo.
Pasó un rato.
— No es gracioso, Lucía —le dije.
— No, de verdad, no encuentro la llave —me respondió.
Probó con una y con otra, pero no pudo. El viento cada vez se hacía más fuerte. Vi cómo se volaba una chapa. Los árboles de la calle se sacudían. Lucía seguía sin encontrar la llave. El agua le corría por las manos. Empecé a tironear para romper la antena. Nadie se iba a quejar de que lo estaba dejando sin televisión, eso seguro. Pero la antena estaba demasiado firme. Fue una suerte porque después de forcejear un rato me di cuenta de que, si lograba separarla de su base, era probable que el movimiento me tirara de cabeza al vacío.
La tormenta podía durar veinte minutos, o menos, pero si duraba una hora, me pescaba una neumonía. Me acordé de un chico en Trelew que apoyó la lengua en un poste de luz escarchado y tuvieron que venir los bomberos. Me acordé de un tipo que se subió a un árbol a podar unas ramas, se cayó y se enredó en unos cables de alta tensión. “No te muevas” le gritaron y llamaron a los bomberos. Me acordé de una pareja que estaba fornicando en un auto y un borracho los embistió con un Honda Civic. El auto derrapó hasta una pared y la pareja quedó desnuda y atrapada. Llamaron a los bomberos. Y siempre hay un fotógrafo listo para inmortalizar el momento.
— Pase lo que pase no llames a los bomberos —le dije a Lucía.
Era demasiado difícil explicarle que, si los llamaba, me tenía que vestir. Sentí un dolor dulce en las muñecas, donde el acero rozaba la piel. Los músculos de las piernas se me empezaron a poner rígidos. Cayeron dos rayos más y una descarga de adrenalina me corrió por la nuca. Me imaginé al otro día, todavía atado a la antena. Una de las mellizas sexagenarias sube a la terraza, cojeando con su bastón. Mientras cuelga sus medibachas y una sábana que le vomitó el gato, un tipo carbonizado, el pito parado, la mira con ojos vacíos atado a una antena negra. Un tótem humano, el resto diurno de una fiesta que salió mal, uno de los tantos sacrificios presentados a los concurridos dioses de los placeres extraños.
— No la tengo acá —dijo Lucía señalando el llavero.
— Voy a ir abajo a buscarla —agregó y salió corriendo.
Sentí que los huevos se me encogían. El agua era cada vez más fría. Todo muy normal. Una tormenta de verano de esas que pueden durar hasta dos días. En varias de las ventanas del edificio de al lado había luz. La gente estaba en sus cocinas, mirando en la televisión como un tipo adivinaba la respuesta correcta. Aplausos. O cómo metía la mano en una estanque lleno de cucarachas. Risas. O perdía los puntos que había acumulado. Ovación. Todos estaban secos. No sé cuánto tiempo estuve solo. Pero como se dice en estos casos, mientras duró fue eterno.
Cuando Lucía finalmente apareció con la llave y logró abrir las esposas corrimos juntos a la puerta que daba a la escalera. Nos abrazamos en la oscuridad. La lluvia golpeaba la chapa del techo con mucha violencia. Estaba hermosa con el pelo mojado y la remera adherida a la piel. Le saqué el short de tela de toalla que tenía puesto, la di vuelta y la penetré apoyándola contra la pared. Acabamos juntos. Ese día me quedé a dormir por primera vez. Estuvimos en la cama hasta las dos de la mañana. Ella propuso comer las empanadas frías que había pedido al mediodía y yo prendí la televisión. Cuando me estaba despidiendo, me dijo "No quiero perderte". Después de eso nos vimos un par de veces más. Pero ya no era lo mismo. Al tiempo, decidimos de común acuerdo dejar de vernos. Todavía la extraño.
(Publicado en Música para rinocerontes, Editorial El cuervo, La Paz, 2010.)
domingo, 6 de marzo de 2011
Perdoname que no fui
viernes, 4 de marzo de 2011
Arte, provocación y guarradas en la calle
El último jueves de febrero fui a la inauguración de “Arte y provocación”, una retrospectiva que el Centro Cultural Recoleta le dedica a Miguel de Molina. Vi vestuarios, zapatos, carteles de cine y teatro, y muchos autógrafos de famosos, uno de los cuales es una foto de Perón donde el General le agradece a Molina por haber actuado para los trabajadores. El cruce “arte y provocación” me resulta tan atractivo como el clásico “arte y política”. Desgraciadamente uno puede salir de la muestra sin entender en qué provocaba, a quién provocaba y por qué provocaba Molina. (La historia dice que era un icono gay y que el franquismo lo empujó a su exilio en la Argentina.) Si está bien o mal que el Recoleta haga este tipo de homenajes me lo guardo. Lo que sí quiero decir es que, en esta muestra, de arte, poco, y de provocación, nada de nada.
Unos días antes, el lunes 21, Página/12 publicaba una nota titulada “Cuando piropear se confunde con la agresión”. La noticia: hace poco Buenos Aires se sumó a un movimiento internacional, desarrollado en distintas ciudades del mundo y a través de la web, que busca combatir los piropos lascivos a los cuales considera “acoso verbal callejero”. El sitio se llama buenosaires.ihollaback.org y su impulsora es Inti María Tidball-Binz, una curadora de arte de veintinueve años que vive en San Telmo. Apenas empieza la nota, Inti María se pregunta, obtusa, “¿cuánta gente encontró el amor de su vida diciéndole un piropo en la calle a otra?”, y enseguida avisa que “en Nueva York promueven sacar una foto con el teléfono celular al acosador y subirla a la web”. A primera vista parece que estamos frente a una rara mutación de la eterna cruzada de las “señoras bien” contra la picaresca. ¡Cuántos equívocos en tan poco espacio! Casi se podría decir que es algo bello. Voy a ahorrarle al lector la defensa de la riqueza idiomática de la obscenidad y la reivindicación del piropo como género menor. Pero me pregunto: ¿Dónde termina el comentario admisible y dónde empieza la guarrada? ¿Quién decide qué provocación es arte y qué provocación es exhibicionismo? ¿Qué diría sobre el tema Miguel de Molina? Realmente me gustaría conocer su opinión. Y si el presupuesto da para ampliar la sesión de espiritismo también podríamos consultar a Manuel Puig, Alfonsina Storni, Néstor Perlongher y Salvadora Medina Onrubia.
Inti María debería saber que si convocamos al Gran Otro Social para que ayude a juzgar y condenar algo tan subjetivo como el efecto de un piropo es muy probable que fallemos. Mariana Carbajal, autora de la nota, admite que lo que a una mujer le da miedo, a otra mujer la halaga. ¿Lo grosero implica siempre una agresión? Una amiga me dice por chat: “Se sabe. No es lindo que te digan algo, pero si no te lo dicen te sentís fea.” Al mismo tiempo es difícil ver un aporte genuino en el proyecto importado de Inti Maria. La pelea por el aborto libre y gratuito, la asistencia psicológica y judicial a mujeres golpeadas, la lucha contra la trata de personas, se me antojan temas más urgentes y menos abstractos a la hora de plantear una militancia de género. Por otra parte, luchar contra el acoso callejero por medio de blogs suena tan eficiente como intentar frenar un colectivo mandando un mail o a protegerse de la lluvia vía twitter.
Durante la conferencia de prensa en la que Mauricio Macri presentó al Midachi Miguel del Sel como pre-candidato a gobernador por la provincia de Santa Fe, el cómico –me refiero a Del Sel– dijo desear que “los negritos se bañen con agua caliente y dejen de manguear”. Acto seguido, Claudio Leoni, secretario general de la Federación de Sindicatos de Trabajadores Municipales de Santa Fe, presentó una denuncia en el Inadi por considerar esa frase discriminatoria. Por más que le doy vueltas a la expresión de Del Sel no logro encontrar en ella ánimo discriminatorio. La denuncia, entonces, me resulta excesiva y frívola. ¿Somos una sociedad más justa si suprimimos los piropos callejeros y expresiones coloquiales y hasta cariñosas como “negritos”? No creo. Sí creo que estos mecanismos de control paranoico de la lengua nos empobrecen, más allá del uso político espurio que puede dárseles. El crítico ruso Víctor Sklovski, uno de los fundadores de la teoría literaria moderna, consultado sobre los temas del poeta Vasili Rózanov, dijo que todavía no eran “de suficiente mal gusto para convertirse en buenos”. Hay poesía potencial en la infracción sintáctica, en el desafío a la norma, en la violencia latente de un insulto. Termino así con un deseo para este 2011: encontrar a Inti María Tidball-Binz en un versnisagge, tomar juntos una copa y luego decirle que me encantaría romperle el culo a pijazos. Salud.
(Publicado en El Guardián #3, marzo del 2011)