miércoles, 15 de septiembre de 2010

"Al mirar atrás a estos últimos veinte años, veo que prevalece una cierta claridad. En medio de la locura y el caos, pareciera que he estado golpeando el parche de un mismo tambor. Veo que mi vida artística ha estado abocada al intento de articular la naturaleza de un sentimiento de pérdida casi palpable y que se ha cobrado mi vida. Un enorme abismo que se abrió paso bajo mis pies con la inesperada muerte de mi padre, cuando yo tenía diecinueve años. La manera que encontré de llenar ese agujero, ese vacío, fue escribir. Fue mi padre el que me enseñó, como si hubiese querido preparame para su partida. Escribir me permitio tener acceso directo a mi imaginación, a la inspiración y, en definitiva, a Dios. Gracias al uso del lenguaje, advertí que podía dar existencia a Dios con la escritura. El lenguaje se convirtió en la sábana que arrojaba sobre el hombre invisible para darle forma. Mi primera motivación como artista sigue siendo hacer realidad a Dios a través de las canciones de amor. La canción de amor es quizás el don humano más sincero y distintivo en el que podemos reconocer a Dios, y es un don que Dios mismo necesita. Dios nos dio ese don para que podamos hablarle y cantarle en vida, porque Dios vive en la comunicación. Si el mundo se quedara de pronto en silencio, Dios se descontruiría y moriría. El propio Jesucristo dijo en una de sus más bellas frases, " Donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos". Lo dijo porque allí donde se reúnen dos o más personas, hay lenguaje. Yo descubrí que el lenguaje era como un bálsamo para las heridas que me dejó la muerte de mi padre. El lenguaje se convirtió en un bálsamo para la nostalgia."


Cátedra sobre la canción de amor, Nick Cave.
En el Diario de Poesía,
Número 78, Junio/Octubre del 2009.
Traducción Jaime Arrambide.