martes, 18 de noviembre de 2008

Hoy me entrevisté con Gabriel Bañez en un bar de San Telmo. Por una serie de factores que no podría enumerar con facilidad, Bañez se fue convirtiendo en uno de mis ídolos literarios y no me sorprendió que resultara un hombre amable y que en esa amabilidad se evidenciara su inteligencia. Mientras Guadalupe Gaona le sacaba una fotos que prometen, hablamos del premio que acaba de ganar, de su vida en La Plata, de Benito Lynch y de Barreda. Antes de irse me prometió que iba a postear en su blog una nota sobre Lynch que había hecho hace tiempo. Después de un par de trámites y una parada estratégica en el Parque Rivadavia, volví a casa y ahí estaba la nota. Pero aparte de esa nota, excelente, a la altura de cualquier ficción de calidad, me reencontré con un poema que Bañez colgó hace casi un mes. Lo volví a leer y me volvió a gustar. Pero hoy me surgió la duda y, a diferencia de la primera vez que lo leí, abrí el buscador y tipié el nombre del libro del que decía haber sido extractado porque quería saber si realmente existía. Sin emabrgo, no llegué a googlearlo. ¿Por qué? Porque, en mi ignorancia, quiero creer que lo escribió Bañez. Y no se trata de que Bañez merezca ser el autor del poema, sino que el poema, simplemente, merece haber sido escrito por Bañez.
Ahí va.
Salud, Gabriel. Y gracias.



Estilo

“Una vez hablamos de ESTILO
y de cómo el estilo podía ser un enorme problema:
el estilo siempre alberga el peligro de convertirse en una prisión,
en una sala de espejos
donde lo único que haces es reflejarte a ti mismo e imitarte.
Yohji era muy conciente del problema.
Naturalmente, él también había caído en la trampa.
Decía que no volvería a caer
porque había aprendido a aceptar su estilo.
La prisión cedió de repente a la enorme libertad.


Esto es para mí un autor.
Alguien que tiene algo que decir
sólo porque sabe expresarse con su propio lenguaje,
y que, finalmente, dentro de este lenguaje, encuentra la frescura
para convertirse en guardián de su prisión
en lugar de seguir siendo el prisionero.”



De "Apuntes sobre vestidos y ciudades", de Win Wenders, en El acto de ver, Paidós 2005.