lunes, 21 de febrero de 2011



¿Qué pasa con ADN después de que Jorge Fernández Díaz fracasara en su insondable proyecto de crear una renovadísima revista cultural para La Nación? ¿Es verdad que lo están dejando morir como a una fiera herida que no vale la pena perseguir por la selva? El suplemento, disminuido, quedó ahora en manos del esquivo Doctor Hugo Caligaris quien comenzaba uno de sus últimos editoriales del 2010 con la enigmática frase: “Hay un mundo detrás de los libros: el de quienes los publican”. Y en su editorial del 4 de febrero, Caligaris, con el fin de festejar la nota de tapa, retomaba en forma prosaica la Oda a los ganados y las mieses y escribía, jocoso: “¡Loado seas yuyo nuestro del monte y de la pampa, la estepa y el desierto, bendito seas por crecer en todas partes y por gustarles (sic) tanto a los chinos!”.

Desde su nacimiento ADN nos tiene acostumbrados a notas de tapa extravagantes. La felicidad, el pantalón y los libros de autoayuda para futuras madres son una mínima muestra de ese catálogo. En una serie más previsible, la tapa del 4 de febrero titulaba “Las vaquitas de la cultura” y venía firmada por la esmerada escribana María Gabriela Ensinck. “Las vaquitas de la cultura” es una de esas producciones periodísticas sobre “industrias culturales” que tanto les gusta enseñar a los docentes de TEA. Todo el asunto giraba en torno a un solo dato: desde hace una década las “industrias culturales” crecen al ritmo del PBI. Apoyada en esto, Ensinck hilvanaba porcentajes varios sobre las artes y el espectáculo. Así, al leer su completo informe nos enterábamos que las festividades de “índole productiva” como “la fiesta de la Flor, del Ternero o de la Papa” no alcanzan al 32% de la totalidad de las fiestas nacionales. (Estemos atentos porque la misma nota puede, en breve, salir en la revista dominical de La Nación.) Al ver la tapa del viernes pasado dedicada a Mark Twain uno entiende que no todo es lo mismo. En ella, Iglesias Illa se anima a decir que, por el estilo anárquico de su prosa, Twain habría sido un blogger brillante. Aparte demuestra que el éxito literario es impredecible. Después de explicar que este primer tomo de la Autobiography of Mark Twain que acaba de salir en Estados Unidos es “gigantesco, desordenado, caro y está sofocado por referencias académicas”, aclara que ya lleva vendidos más de medio millón de ejemplares. ¡Qué diferentes son el informe de Ensinck y la nota que firma Hernán Iglesias Illa! Es verdad, este último confunde una cita de Borges, pero en vez de guarismos, encontramos lectura crítica. Y en vez de idiotismos, inteligencia. No es poca cosa.

Menos mezquina que el suplemento ADN, aunque igualmente cargada de greguerías involuntarias, la revista Ñ del sábado 5, pudorosa, al menos pone un escritor en tapa. ¡John Berger, galán de señoras maduras, sigue vivo! La entrevista corre a cuenta de la pedagoga Ángela Pradelli que luce un sugerente escote en las abundantes fotos. La nota está armada para emocionar. Hay una cabaña en los Alpes, queso, vino, un bebé, libros de poemas y un escritor prestigioso. Y todo es muy blanco y negro, muy europeo, muy lugar común cultural del siglo XX. Diferente fue la producción de tapa del sábado pasado, dedicada a Sarmiento. Cuando se escribe sobre Sarmiento es inevitable reciclar. Por eso el riesgo es alto. Sin embargo, lo que ofrece Federico Jeanmaire, un poco pomposo, resulta prolijo y acertado. Más directo y menos ceremonial, también es bueno lo de Maximiliano Crespi. Gonzalo Garcés se luce con una nota “en contra”, donde no le perdona a Sarmiento su vulgaridad y su “carácter desmoralizador”. Todo es hasta cierto punto previsible, pero siempre mejor y más picante que la construcción bucólica y remanida del “genio en la cabaña del bosque”.

La ideología, se dice, vive en el adjetivo. Y la ideología de Ñ la encontramos en “flora y fauna”, un sección amable, ATP, donde los editores del medio se permiten la ironía ligera, la pregunta retórica cómplice y el cultivo del status quo. Es la cara más ennegrecida de la revista –Quevedo le dedicaría un soneto– y en la edición de Berger y las tetas de Pradelli, el joven editor Diego Erlan confesaba haber pasado hambre en Cabo Polonio. ¿Y qué más hizo? Decidió ir al cine. Escribe: “Fui a entender la fascinación por Cabo Polonio, me senté en la arena frente a una pantalla y esperé la película en vano”. Como la proyección no se realiza, Erlan se decepciona. Podría haber optado por nadar, emborracharse, hacer castillos de arena o fornicar en las dunas. Pero en vez de eso, nos ofrece la imagen de un hombre sentado frente a una pantalla vacía en un balneario famoso por no tener electricidad. No es una mala imagen, después de todo. A los lectores de suplementos culturales, pescadores de sutilezas por necesidad, remadores de la espera, puede resultarles conocida.


Publicado en el número 1 de El Guardián. Febrero 2011.-