viernes, 2 de noviembre de 2012

Música coreana





La iluminación del Bi Won, en la calle Junín, a cuadra y media de la avenida Corrientes, dice muy poco. Cómoda, poco inspirada, sin estridencias, establece una relación de seguridad con el neófito. La estética del restaurante, en esa línea, resulta convencional. Mesas de madera con manteles blancos. De hecho, no hay nada en el Bi Won –ni siquiera el incidental aparato de TV sobre el mostrador del fondo– que recuerde al fenómeno de la web, Psy, un rapper-bailarín-entretainer coreano que con su tema Gangnam Style acaba de lograr más de 300 millones de hits en Youtube. (Al momento en que escribo, 345 y probablemente llegue a los 400. ) ¿Cómo entender el fenómeno de Psy y Gangnam Style? Se trata de un plato de rara sofisticación. Como esas ingeniosas cartas retro donde no importa tanto qué ingredientes se usaron sino de qué manera fueron combinados y cómo se los presenta, en Gangnam Style lo que importa es un sentido de la oportunidad anómalo, en este caso universalmente anómalo. Describo brevemente este remix de mezclas, o hiper-remix. Primero, muchas escenas unidas y barnizadas con la laca de un humor familiar pero picante, colores heredados de la década del 90, coreanas bellas, coreanos graciosos, todo esto servido con muchísimo ritmo. ¿Qué más? Autos de alta gama, un traje amarillo, una calesita, un stud de caballos de carrera y una coreografía que es el centro indiscutido de la oferta. Y lo más raro de todo es que nada suena refrito o recalentando. ¿Por qué? Si en otros artistas multimediáticos una pizca de ridículo puede ser la clave para un hit –ejemplos de autoironía y acidez sobran– con Psy, el ridículo ocupa la base, es la masa, los hidratos de carbono del plato principal. Todo se ofrece tan superpuestamente ridículo que se vuelve querible, tierno, cercano. Gangnam Style está basado en el efecto “casamiento a las cinco de la mañana”, ese momento donde el alcohol y el éxtasis señalan la desfachatez como sinónimo de honestidad. O dicho de otra manera, Gangnam Style es tan artificial que es auténtico.
Mi fantasía, al elegir el Bi Won para esa cena, era hablar de la letra de la canción con algún coreano. En mi mesa, los comensales pidieron el típico Pulgogi –carne marinada que se cocina sobre una plancha caliente en la misma mesa– y llega acompañada de una serie de platitos con kimchi, algas y tofu. Yo me decidí por un calamar picante, fresco y sabroso, difícil de comer con los palitos de acero inoxidable, pero que bien valía la pena la exhibición de mi torpeza. (Una vez Daniel Molina, alisa @RayoVirtual en Twitter, me comentó que había un lugar para comer descalzado sobre una especie de tatami íntimo pero, aunque fui un par de veces, nunca accedí a ese lugar.)
Copio unos versos de la letra de Gangnam Style: “Sobre el hombre que corre está el hombre que vuela, /nena, nena, soy un hombre que conoce una o dos cosas./ Y vos sabés lo que estoy diciendo”. Encontré la traducción en la web. No tengo forma de saber si es correcta, pero descubro una mezcla de sabiduría oriental –o lo que en Buenos Aires entendemos por eso– y una coloquial advertencia amatoria. Muy similar al proceso constructivo de yuxtaposición y adición de Gangnam Style, la comida coreana es para paladares que se aburren rápido y necesitan saltar de un sabor a otro. Cuando terminamos la cena, y, satisfecho, le pregunté al mozo por el hijo del dueño, el ya legendario Diego Armando Lee. Me dijeron que no estaba. En su lugar nos ofrecieron helados orientales de palito, generosa invitación que declinamos. En mi casa, una vez mal, volví a escuchar Gangnam Style. Y comprendí, por primer vez, que era hermoso y despreocupado como solo la juventud puede serlo.


(Publicado en revista El gourmet de noviembre.)